Un ser despiadado indigno de ser presidente. (El Financiero)



Los tiranos con ambiciones transformadoras no titubean en destruir a sangre y fuego. Posteriormente construyen, con huesos como ladrillos y sangre como cemento. Con la mirada en alto, proclaman que las revoluciones o transformaciones implican costos humanos y materiales que vale la pena pagar. Cuando anunció el “Gran Salto Adelante”, Mao Zedong advirtió que habría “tres años de arduo trabajo y sufrimiento y mil años de prosperidad”. Entre 18 y 45 millones de muertos fue el resultado.
Stalin no dudó en desatar una hambruna con tal de colectivizar la agricultura soviética, y la dinastía Kim en condenar a la pobreza y el hambre a su pueblo en Corea del Norte con tal de sostener su dictadura, como lo hizo Pol Pot en Camboya, o como lo hace Nicolás Maduro en Venezuela. Para el líder, el precio a pagar bien vale la pena y luto (de otros).
En México la crisis del Covid-19 traerá sufrimiento y muerte, un derrumbe económico sin paralelo en casi un siglo, y un aumento de criminalidad brutal, quizá aparejado con estallidos sociales. La administración federal tuvo la oportunidad de aprender de otras experiencias y prepararse para la pandemia. El Presidente, en cambio, no se cansó de exudar complacencia. López Obrador se mostró en plena forma: ignorante y sobrado de sí mismo. Ante el huracán, el mesías levantaba los brazos y proclamaba que en México sería una brisa con pocas consecuencias.
“Como anillo al dedo”. Ésa fue la frase contundente de una persona que no se lamenta ante la tragedia, sino de un desalmado que se regodea en ella como una oportunidad. Andrés Manuel López Obrador reconoce en el coronavirus a un colaborador en ese proceso destructivo que tanto le gusta infligir, porque entonces queda la tierra quemada y estéril, dispuesta a recibir y agradecer lo que sea.
Quizá no podía esperarse una mínima empatía, ya no digamos sufrimiento personal, por parte de un individuo que no dudó en dejar a niños morir de cáncer por falta de quimioterapias, a mujeres sin pruebas oncológicas, a madres trabajadoras sin estancias infantiles, a pobres con hambre sin comedores comunitarios. Siempre argumentando el estribillo constante de que estaba combatiendo estructuras corruptas. AMLO blande con alegría un hacha. Si descubre una rama podrida en un árbol, no duda en derribarlo de raíz, aunque por desgracia caiga sobre algunos que antes se refugiaban a su sombra. No parece mortificarlo que, al mismo tiempo, encabeza un gobierno de funcionarios igualmente (o más) corruptos, y además ineptos.
Es la personalidad de un dictador sociópata que no titubea en contemplar el posible sufrimiento de millones como una oportunidad que le ofrece el destino. Y de nuevo los más golpeados serán aquellos a los que ofreció todo: los más pobres. En ese sentido tendrá un grupo mucho más amplio para seguir ofreciendo promesas, porque 2020 será un año de brutal contracción económica y fuerte aumento en la pobreza, como ocurrió en 1995 y 2009. La única diferencia es que los presidentes Ernesto Zedillo y Felipe Calderón nunca dijeron que esas crisis eran un anillo al dedo.
Tras 16 meses, ya es claro: la cuarta transformación implica muerte y sufrimiento, particularmente entre aquellos que la apoyaron con mayor fervor. Es el necesario costo de dolor, lágrimas y sangre mientras que el líder transformacional encabeza incólume la destrucción desde Palacio Nacional, ahora con el apoyo del Covid-19, que le viene como anillo al dedo.

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