El conservadurismo fiscal del Presidente tiene dos raíces: Una en la década de 1980, la otra posterior por pocos años. Ambas explican por qué rechazará lo que tanta falta hace, una política fiscal agresivamente expansiva.
Los pronósticos de contracción económica para México en 2020 se mueven tan rápido como el número de contagiados por el coronavirus, y en la misma dirección: para peor.
J.P. Morgan ya publicó que espera un -7.0%. Esta cifra representaría la recesión más profunda desde 1932, dejando claramente atrás las caídas registradas en 2009 (-5.3%) y 1995 (-6.3%). Por supuesto, puede ser que ese número incluso resulte optimista.
Muchos países están arrancando ya paquetes fiscales expansivos, en un esfuerzo por frenar el golpe que ya está llegando. La economía global ha entrado en terreno desconocido, aunque la crisis de 2008-09 ayuda un poco con las respuestas. Una de ellos es precisamente sustituir el colapso en el gasto privado con gasto público. Déficits y deuda son la respuesta para muchos gobernantes… excepto para el Presidente de México.
Viviendo en el pasado
La visión de Andrés Manuel López Obrador es de un futuro en que se reproduce su pasado, al menos su versión azucarada del mismo. Alérgico a las ideas nuevas, el pensamiento presidencial se aferra a lo aprendido y vivido hasta su quinta década de vida. No hay ninguna idea que presente que se pueda referenciar al siglo XXI. Su deseo de regresar a la era gloriosa del petróleo lo ubica aproximadamente en 1980, y su entusiasmo estatista en el sexenio de Luis Echeverría (1970-76), lo mismo que su rechazo a los empresarios.
Por ello el Presidente contemplaba fascinado al caballo que daba vueltas al trapiche para extraer jugo de caña, diciendo que eso es lo que deseaba para México. La vida sencilla, simple y honrada, pero plena de dignidad, del campesino, del trabajador urbano. Todo parte de una era dorada que nunca fue, pero que aspira a reproducir. Como Susanito Peñafiel y Somellera, vive en el México de sus recuerdos.
Su conservadurismo fiscal tiene dos raíces, una en la década de 1980, la otra posterior por pocos años. Ambas explican por qué AMLO rechazará sin titubear lo que tanta falta hace, una política fiscal agresivamente expansiva.
Crisis de la deuda
La crisis de la deuda que estalló en 1982 marcó a millones de mexicanos contra el endeudamiento excesivo. Fue una década perdida en términos de crecimiento económico y, además, con inflaciones de tres dígitos. Los necesarios dólares para pagar el servicio de la deuda se lograban gracias a superávits en la balanza comercial, con el país transfiriendo en forma masiva riqueza el exterior.
López Obrador llegó a la conclusión errónea desde entonces, confundiendo la dura necesidad del ajuste con la enfermedad. El culpable del riguroso tratamiento necesario para recuperar la salud era el doctor. Su adorada era petrolera había llegado a su fin, y responsabilizó al neoliberalismo. La deuda la habían acumulado Echeverría y López Portillo, pero adjudicó el desastre a Miguel de la Madrid. Su detestada era neoliberal había empezado, marcada por la deuda externa.
De ahí el rechazo a los déficits fiscales, que tienen como contrapartida natural el endeudamiento. Creyente en un gobierno austero, monacal, esa frugalidad que idealiza empata con un gobierno que gasta poco. Su obsesión por “combatir” la corrupción (aunque al parecer es indiferente al hecho que sus colaboradores roben) le proporciona el pretexto mental ideal para justificar lo que sea, incluyendo el daño a aquellos que siempre ofreció proteger (“por el bien de México, primero los pobres”).
¿Dejar a los niños sin quimioterapias, a los enfermos de VIH sin tratamientos? Es que había corrupción entre los laboratorios farmacéuticos. ¿Cancelar estancias infantiles, albergues para mujeres que sufren violencia, comedores comunitarios? Es que parte de ese dinero se perdía por corrupción. Quizá esa justificación es lo que le permita actuar de una forma tan despiadada sin pensar en el daño que está infligiendo.
Por ello no debe esperarse que se conmueva ante el desempleo masivoque desatará la crisis, como tampoco se detuvo en despedir a miles de funcionarios apenas tomó posesión. Sus proyectos prioritarios (destacadamente la refinería y el aeropuerto de Santa Lucía) son intocables, para estos nunca faltarán recursos. De ser necesario encontrar dinero para otros rubros, siempre se puede tomar de otra parte. ¿Es necesario mayor gasto en materia de salud? AMLO solicitará a los funcionarios federales recortarse el sueldo 8%.
Finalmente, el déficit público no podrá mantenerse en bajos niveles, tan solo por el desplome en los ingresos públicos que tendrá lugar con la contracción económica, porque desempleados no pagan ISR y la fuerte caída en el consumo impactará el IVA. Pero ese déficit debería ser mucho mayor, financiado con deuda. No será el caso.
Contra el Fobaproa
AMLO se proyectó como figura nacional por su férrea oposición al rescate bancario que fue necesario implementar tras la crisis de 1995. Tasas de interés de tres dígitos para frenar una inflación que parecía sin control llevaron al impago de toda clase de créditos, muchos concedidos con singular alegría después de la privatización bancaria de 1991-92, combinada con desregulación y liberalización financiera (mala idea vender negocios que manejan dinero ajeno para permitir a los nuevos dueños prestar sin los necesarios controles).
El rescate se financió con deuda, inicialmente clasificada como temporal. Cuando el presidente Zedillo propuso absorberla formalmente como deuda pública, se supo lo que habían costado los rescates por medio del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). El rescate fue presentado por la oposición política como un atraco a la nación.
Como todo rescate, estuvo plagado de imperfecciones: se ayudó a banqueros que habían sido descuidados en sus actividades y se taparon fraudes, destacadamente. Pero los objetivos principales eran que los ahorradores no perdieran un peso, que los bancos siguieran funcionando aunque estuvieran realmente quebrados, y que por ende no se rompiera el sistema de pagos. Todo eso se consiguió.
No se podía presumir que el gobierno estaba salvando a un banco que en realidad estaba en bancarrota, pues hubiera desatado un pánico. Para el presidente del Partido de la Revolución Democrática, López Obrador, el neoliberalismo malvado había salvado a banqueros y grandes empresarios con recursos de la nación; un robo de proporciones épicas.
AMLO por ello se rehúsa a salvar empresas, pues significa salvar empresarios. Nunca vio a los ahorradores que eran el último eslabón del sistema bancario, tampoco ve a los trabajadores que perderán su empleo por el desplome económico. No hay forma que autorice usar recursos del erario para ayudar a los que considera indignos de recibir un peso.
Imposibilitado de superar su rígidez mental, AMLO argumenta que ayuda “no subiendo” impuestos, “bajando” el precio de la gasolina (dándose crédito por un desplome internacional) y, el estribillo habitual de que no permite la corrupción. Una política fiscal restrictiva será profundamente destructiva, en tanto el Presidente se vanagloria que no endeuda al país, y menos anda rescatando empresarios.
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