Andrés Manuel López Obrador es un Presidente nefasto en tiempos normales, y será un desastre en esta etapa de crisis. Su rigidez mental le impide adaptar sus ideas ante el desastre que se avecina. Una economía que cae en recesión requiere una política fiscal contracíclica. Cuando lo que se avizora es la contracción del PIB más profunda desde 1932, en plena Gran Depresión, lo que se demanda es una inyección de gasto público sin precedentes, para así aminorar el choque, salvando empleos, ingresos y (esa palabra que le encanta a AMLO) bienestar.
Ya se sabe que no ocurrirá. Al inquilino de Palacio Nacional no se le puede mover de su convicción de que las finanzas públicas deben mostrar un déficit moderado y el endeudamiento público neto bajo, para así ir reduciendo la relación deuda/PIB. Esa posición es sin duda positiva en momentos de prosperidad económica, pero contraproducente en una crisis. El Presidente sabe que se contraerá el PIB, y su instinto es apretar el cinturón (recortar gasto) para impedir que aumente su indicador de deuda favorito. Así lo ha dicho explícitamente.
Es, por ello, la hora del Banco de México. Es el momento en que Alejandro Díaz de León y la Junta de Gobierno que preside usen todos los instrumentos a su alcance para inyectar liquidez a los mercados financieros. Como tantos bancos centrales en el mundo, Banxico debe iniciar una agresiva política de lo que en inglés se llama quantitative easing, lo que se traduciría libremente como relajamiento monetario.
Es la hora que la fuerza del Banco Central se manifieste. No que se ignore o rete al Presidente de la República o la Secretaría de Hacienda, pero que no se acepte la ortodoxia que en estos tiempos será contraproducente. Por el contrario, es cuando el Banxico debe desplegar toda su batería de misiles monetarios, y lanzarlos al objetivo de inyectar liquidez en una economía que se seca ante un frenón sin precedentes, lo más parecido a un rompimiento del sistema de pagos, con todas las consecuencias que ello significa.
El quantitative easing implica la compra masiva de deuda pública y privada, en el segundo caso dando de facto una línea de crédito a empresas que mucho lo necesitan. Otra alternativa es abrir su ventanilla de liquidez a la banca comercial a tasas extraordinariamente bajas, para así fondear créditos a los diversos usuarios de la banca, y permitir a los bancos implementar con mayor holgura esquemas de alivio para deudores, como de hecho están haciendo algunas instituciones.
Además, una reducción mucho más agresiva de la tasa de interés objetivo. Se debe adelantar de nuevo la decisión de política monetaria. La próxima debería ser tomada el 14 de mayo (no hay ninguna programada en abril). Ese adelanto debe venir acompañado de radicalismo: una rebaja de por lo menos 150 puntos base, que llevaría la tasa a 5.0 por ciento.
Porque el Banxico debe saber que esta crisis brincará del sector real (productivo) al financiero, al revés de lo que sucedió en 2008-09. Sí, el sector financiero mexicano es sólido y está bien capitalizado, pero un golpe de esta naturaleza escapa a los escenarios más pesimistas. Urge que se analice a fondo qué tanto daño puede causar esta crisis, y estar preparados para ello.
No se pueden pedir peras al olmo. El gobierno federal es el olmo, pero Banco de México es el peral, y es la hora que saque toda la casta con el amplio margen que le concede su autonomía operativa, combinada con su prestigio y credibilidad.
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