Un virus potente logró introducirse a México desde 2018. Disfrazado de un organismo benigno, se aprovechó de un cuerpo debilitado y harto de probar ciertas medicinas necesarias para fortalecerse. Lo consiguió tras muchos años de intentarlo. Funcionó porque se revistió con la cubierta de un organismo demócrata. Ansioso de un cambio, el cuerpo permitió una invasión masiva del Pejevirus.
El deterioro ha sido rápido y brutal. Ya sin la necesidad del camuflaje democrático, el virus inició de inmediato su acción destructiva. Una mutación particularmente agresiva de los patógenos populistas-demagógicos que han azotado a varios países en últimos años, se enfoca en la destrucción de los tejidos institucionales de reciente desarrollo, aquellos que carecen de la fortaleza de otros organismos más avanzados.
El Pejevirus es particularmente eficaz en la destrucción de anticuerpos, primero anulando a los organismos que tradicionalmente los creaban, como el Poder Legislativo o el Judicial. De hecho, su infección fue tan exitosa que estos ya no emiten anticuerpos, sino que fingen hacerlo al tiempo que propagan también la enfermedad por todo el organismo, buscando agotarlo por completo. Liberado de tener que luchar contra esas partes que anteriormente eran férreas defensas de la fortaleza del cuerpo, el Pejevirus puede concentrarse en destruir aquello que le sigue obstaculizando, como es el Instituto Nacional Electoral.
Pero, además, el Pejevirus destaca por crear síntomas que distraen a los pocos anticuerpos que logran generarse, y los debilita sin que estos ataquen realmente a la enfermedad. Síntomas distractores como la rifa de un avión o que se cancelarán los puentes vacacionales. Los anticuerpos se enfocan en atacar esos síntomas, en tanto el Pejevirus continua imparable su labor destructora.
La virulencia de la enfermedad es tal, que ataca sin piedad incluso a aquellas partes del cuerpo que permitieron su entrada. La malignidad es extrema, y poco característica de esas enfermedades (que suelen dar cierta protección a quienes funcionaron como sus aliados): el Pejevirus, de hecho, gusta de cebarse en aquellos a los que todo ofreció como una cura milagrosa para los numerosos males que aquejaban al cuerpo. Por años prometió que serían “primero los pobres”. En cambio, ha sido desalmado al dejar a los hambrientos sin comedores comunitarios, a las madres trabajadoras sin estancias infantiles, a los niños con cáncer y a muchos otros enfermos sin medicamentos, a las mujeres violentadas sin albergues, al tiempo de entregar también a los niños más pobres a los patógenos de la CNTE, asegurándose que la educación no será un medio para dejar atrás su miseria.
Su peligrosidad extrema también se explica por su capacidad de engañar al cuerpo sobre aquello que le aqueja. El Pejevirus despliega una inusual capacidad en culpar de todo aquello que está provocando a otros organismos, incluso benignos, o aquellos que ya hace años cumplieron su función. A medida que avanza la descomposición, más energía dedica al engaño. Su éxito ha sido tal, que incluso ha convencido a muchos que una receta probada a un cuerpo más sano y vigoroso, el liberalismo, es una enfermedad peligrosa.
Muchos cuerpos logran sobreponerse a enfermedades como el Pejevirus, pero han requerido de una dosis vigorosa de democracia. De hecho, México había logrado superar una mutación anterior igualmente agresiva, el PRIvirus, pero el sufrimiento que conlleva nunca puede ser compensado.
0 Comentarios