Fue tu lema, Andrés: “Por el bien de México, primero los pobres”. Te creyeron, millones se entregaron con una fe pocas veces vista. “Voté por la Morena”, se oía entre los más desposeídos, tras sentirte como uno de ellos. No tardaste en mostrar tus verdaderos colores: eres un político vulgar, que con sus acciones traiciona sus palabras, el que sonríe y manifiesta que te apoya mientras clava el puñal.
No importa si eres sincero o cínico en tus creencias. Estás matando mexicanos, tan efectivamente como si lo hicieras personalmente con un arma. A muchos otros les estás dañando gravemente su calidad de vida, empeorando una enfermedad, sumiéndolos en la angustia de tener que hacer un pago, comprar un medicamento o pagar unos análisis. Porque esa gente ni siquiera carga de manera habitual los 200 pesos que presumías traer en tu cartera como señal de pobreza. Es un niño con cáncer, un enfermo de dengue, otro al que se informa que ya no se le surtirá un medicamento o alguien que ya no tendrá acceso a diálisis. Esas son las personas a las que hoy golpean tus órdenes hechas ley.
Tu pretexto es la corrupción. Sí, México es un país corrupto hasta la médula, como sabes perfectamente, y no de oídas. Por lo menos en el pasado tuviste como colaboradores, de tu primer círculo, a gente probadamente corrupta. Hoy otros que pones orgulloso a tu lado tampoco lucen impolutos. Pero la corrupción es tu pretexto para señalar que un árbol tiene ramas podridas, para entonces arrancarlo de raíz. Todo tiene que llevar tu marca, y con esa soberbia mesiánica que te caracteriza, crees que puedes sustituir en poco tiempo lo que tomó años planear, desarrollar e implementar. La más reciente criatura de esa arrogancia, improvisación e ineptitud es el Instituto de Salud para el Bienestar.
Le pudiste cambiar el nombre al Seguro Popular, perfeccionarlo, ampliarlo, y por supuesto combatir su podredumbre. Pero lo tuyo es quemar la tierra para acabar con la hierba, de paso destruyendo la cosecha y desatando el hambre. Porque crees en tu poder personal. Por años idolatraste la omnipotente figura presidencial del priato al que perteneciste. Ahora la proyectas desde Palacio Nacional.
El problema es que, como tantos autoritarios demagogos, te estrellas contra las limitaciones del dinero e infraestructuras. Tu poder no llega a multiplicar los panes y los peces –o las clínicas, hospitales, servicios médicos y medicinas. Una de las salidas buscando la imposibilidad de cuadrar el círculo fue eliminar el acceso a lo más caro. De un plumazo (el tuyo), los más desamparados se enfrentarán a la imposibilidad de vivir, curarse o sobrellevar una enfermedad con menos dolor. Porque para muchos hasta un medicamento implicaría dejar de comer por semanas. A todo ese sufrimiento le has agregado la lacerante indignidad de la pobreza; al que tenía un cobijo del gobierno en el caso de ciertas situaciones catastróficas de salud, le recuerdas su condición de desamparo. Es gente que debe pagar para poder sacar el cadáver de un ser querido de un hospital y no puede.
Lo peor es que el dinero sí existe, lo tienes en tus manos, pero prefieres usarlo en buscar chapopote, refinarlo, pagar aeropuertos que no existirán, hacer un tren, estadios de béisbol o comprar clientelas electorales. Son tus carísimos caprichos los que también impiden apoyar con algo a aquellos a los que prometiste todo. Pero no se ganan elecciones ofreciendo que los primeros en ser jodidos, serán los pobres.
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