AMLO, el Presidente Potemkin. (Arena Pública)


Tras 13 meses de administración obradorista, ya es claro el estilo Potemkin de gobernar. El proyecto resultante es solo una fachada.

Andrés Manuel López Obrador en conferencia de prensa.
Andrés Manuel López Obrador en conferencia de prensa.
Grigory Potemkin era un Ministro (y amante) de la emperatriz Catalina II de Rusia. Se dice que, en una gira del monarca por la recién anexada Crimea (que Potemkin gobernaba), éste hizo un extraordinario montaje para simular pueblos prósperos, bien alimentados y felices.
Con fachadas movibles, que hoy serían clásicas en estudios cinematográficos, se construían escenarios que Catalina II contemplaba satisfecha. Empleados de Potemkin se movían por centenares para simular a los agradecidos habitantes de diversas localidades. Fue un costosísimo ejercicio, pero que dejó a la Zarina extraordinariamente satisfecha de la salud del nuevo territorio de su reino.

Entre Potemkin y María Antonieta
Andrés Manuel López Obrador es su propio ministro, o Presidente, Potemkin. Al parecer cree, sinceramente, que construye un sistema de salud que rivalizará con el sueco o canadiense. A diferencia de Catalina II, la realidad asalta constantemente a AMLO, pero se estrella contra su coraza de mundo alternativo y otros datos.
La evidencia abunda que no es cierta su cacareada gratuidad de los servicios médicos y medicinas. Incólume, responde que hay cierto sabotaje de algunos funcionarios del pasado. Con su aparente ignorancia del desastre que ocurre, y abundante desfachatez, el titular del Ejecutivo recuerda a otra Reina, María Antonieta, que informada de que el pueblo se quejaba por la carencia de pan, respondió que comieran pastel.
El Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI) es solo el más reciente siniestro del Presidente Potemkin, y probablemente será el más costoso políticamente. Como es lo habitual, la soberbia y arrogancia se mezclaron con la improvisación. Quizá se agregó, además, el deseo de destruir un legado del sexenio de Felipe Calderón.
En el imaginario obradorista, el INSABI Potemkin ofrecía a toda la población no afiliada al IMSS o al ISSSTE, la opción para cualquier servicio de salud, por supuesto totalmente gratuito (y las medicinas también gratis). Mucho se presumió que desaparecían los pagos que muchos afiliados al Seguro Popular tenían que hacer.
La realidad, como muchas familias están constatando en todo el país, ha demostrado ser diferente. Los medios masivos de comunicación y las redes sociales han transmitido el dolor y la desesperación de muchos que han visto truncados sus tratamientos, visto aumentado el costo o simplemente experimentado la negación del servicio o la inexistencia de medicinas. A falta de datos duros, la evidencia anecdótica es tan abundante como imprecisa sobre lo que ocurre.
Lo que es claro es lo que sucederá. El gobierno no tiene, muy lejos de ello, el presupuesto para cumplir con lo prometido, ni siquiera excluyendo temas de salud complejos (esto es, caros). El Presidente contemplará embelesado su Pueblo Potemkin de la salud y proclamará que su promesa fue cumplida. Que haya detalles por arreglar, problemas que van surgiendo a lo largo del camino, será culpa de otros.

Pueblos Potemkin por doquier
Tras 13 meses de administración obradorista, ya es claro el estilo Potemkin de gobernar. López Obrador se toma en serio (es de suponerse, aunque un profundo cinismo tampoco puede descartarse), pero no debe hacerse lo mismo con las promesas que trata de cumplir. El proyecto resultante es solo una fachada, porque realizarlo como se debe es demasiado costoso o bien demanda demasiado tiempo para alguien que quiere resultados inmediatos, o por lo menos que sean concluidos en su sexenio.
El INSABI es un desastre público por su pretensión de servir a decenas de millones de mexicanos de golpe. Algo muy diferente en escala (aunque similar en demagogia) es el proyecto de las 100 universidades. Su avance y alcance es un misterio, pero cumple la gratuidad de la educación superior ofrecida por el tabasqueño. Es algo así como su desastrosa (y carísima) Universidad Autónoma de la Ciudad de México, pero con los planteles perdidos por el país.
Pemex es un gigantesco pueblo Potemkin. Desterrada la corrupción (se supone), la empresa trabaja en forma ejemplar. Los pozos se perforan, el petróleo fluye, la producción se revierte al alza, y es solo el principio para que la paraestatal se convierta de nuevo en gigante industrial, palanca del desarrollo económico y fuente de recursos para programas sociales. La realidad de una empresa al borde del colapso, ineficiente y corrupta, con enormes deudas hacia sus proveedores y fracasada en sus objetivos, no aparece en el radar de AMLO.
Otra construcción Potemkin es el combate a la corrupción. No ha disminuido, menos desaparecido, pero el Presidente de la República proclama que ya no existe. Lo puede decir, mostrando su enorme capacidad para vivir una realidad alterna (o un enorme cinismo) con el titular de la Comisión Federal de Electricidad a su lado. Cada escándalo, cada explosión de la pus que se acumula bajo la epidermis gubernamental, no será su culpa, y seguirá tan campante.
 
Los Potemkin del futuro
Lo relativamente lejano, y problemático, son esos pueblos Potemkin del futuro, algunos con fecha ya establecida de conclusión: el aeropuerto de Santa Lucía (21 de marzo de 2021) y la Refinería de Dos Bocas (mayo de 2022), así como el Tren Maya (sin fecha). Ni la terminal aérea ni el complejo de refinación darán los resultados esperados, muy lejos de ello. Son unos INSABI, que eventualmente decepcionarán a todos (menos a su creador).
El problema no es que México no refinará toda la gasolina que necesite, sino el tirar miles de millones de dólares en un agujero negro, que además operará (si lo hace, igual Dos Bocas no produce un barril de combustible en todo el sexenio) con pérdidas. Lo grave fue destruir un hub internacional que iba a servir a la megalópolis capitalina por un capricho que no es avalado por nadie. Esa carencia, que en otras circunstancias llevaría a la cancelación del proyecto, es suplida por la soberbia de AMLO.
Es el común denominador de esos proyectos Potemkin: ningún experto les otorga su aprobación o visto bueno. Todos vieron que tras la fachada era imposible construir algo real con el costo o tiempo demandado. Por eso el desastre es previsible, prácticamente una apuesta segura.
Fue el caso del INSABI, así ocurrirá con aeropuerto, refinadora y tren, entre otros. No importa: AMLO llegará a 2024 con una felicidad semejante a la de Catalina II tras concluir lo que, a sus ojos, fue un extraordinario viaje por los bellísimos pueblos de Crimea construidos por Potemkin.

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