Un conflicto o guerra puede traer un dilema muy poco atractivo para López Obrador: perder recaudación fiscal y aumentar el déficit fiscal o bien permitir un gasolinazo.
La escalada bélica entre Estados Unidos e Irán trajo consigo una fuerte caída en bolsas de valores y un fuerte aumento en el precio del petróleo. La mezcla mexicana había cerrado el año en $56.14 dólares y el 6 de enero dicho precio había aumentado a $59.35, un aumento de 5.7%. Fue un aumento que la titular de Energía, Rocío Nahle, fue rápida en destacar.
Mentalidad 1980
El presidente López Obrador, como al parecer es el caso de Nahle, da una desmedida importancia al petróleo y su impacto en la economía mexicana. Como a finales de la década de 1970, con José López Portillo, se visualiza el precio como una señal de enorme importancia, y entre más elevado sea, se piensa que es mejor. AMLO, como su antecesor López, considera que los hidrocarburos pueden ser una palanca para el desarrollo de México. El primero tenía razón, pero la dilapidó; el actual Presidente no la tiene.
El tabasqueño muestra una mentalidad anclada en los años de su temprana adultez, cuando ocupaba su primer cargo público en su estado natal, claramente beneficiado por el auge petrolero (AMLO tenía 26 años en 1980). No hay forma de hacerle entender lo que ha evolucionado la economía mundial, y con ella la mexicana. Hombre alérgico a modificar sus ideas, no comprende el grave error de apostar muchas fichas a un recurso, como lo demuestran los casos de Venezuela (en forma notable), Nigeria y, por supuesto, México.
La idea equivocada en el tiempo equivocado lleva a acciones que no serán exitosas. Una fuerte subida en el precio del petróleo, que puede ser significativa y de largo plazo si el conflicto se agrava y lleva a la destrucción de instalaciones petroleras en Irán o Irak, no sería beneficiosa para México por diversas razones. Sin embargo, bien puede llevar a AMLO a redoblar su apuesta por Pemex, con consecuencias aún más desastrosas a las hoy previsibles.
Gasolinazo y posible impacto fiscal
Un alza significativa y duradera en los precios del petróleo aumentaría el precio de la gasolina. Sería (usando esa palabra que acuñó AMLO en su larga búsqueda por despachar en Palacio Nacional) un “gasolinazo”. No importa que la causa fuese claramente externa, rompería con la reiterada promesa presidencial de que los precios de la gasolina no aumentarían más que en términos reales (esto es, en paralelo a la inflación, alrededor de 3% al año). Una promesa temeraria para mantener a lo largo de seis años, sin duda.
La cuestión es que López Obrador ha presentado ese compromiso una y otra vez durante su gobierno, después de violar la promesa de campañas (en plural, desde 2006 hasta 2018) de bajar significativamente su precio.
Por supuesto, el precio de las gasolinas puede mantenerse estable aunque suba internacionalmente, pero tendría que reducirse el Impuesto Especial de Producción y Servicios (IEPS) por litro. En extremo, como fue el caso por una década hasta 2014, el IEPS podría ser negativo y convertirse en un subsidio.
El único antecedente relevante y cercano al respecto es el ataque con drones a instalaciones petroleras de Arabia Saudita en el mes de septiembre pasado. AMLO afirmó que no habría aumento a las gasolinas. El aumento de precios fue temporal, y su dicho no fue puesto a prueba.
Quizá mantenga esa perspectiva, pero el costo fiscal puede ser significativo. En un entorno de estancamiento económico, el IEPS ha demostrado ser un impuesto esencial, el único que creció de manera significativa durante 2019, mientras que impuesto sobre la renta e IVA mostraban caídas en términos reales, de acuerdo con las cifras disponibles al mes de noviembre.
Un conflicto o guerra puede traer un dilema muy poco atractivo para López Obrador: perder recaudación fiscal y aumentar el déficit fiscal o bien permitir un gasolinazo. Para un conservador fiscal, lo primero no es admisible; para el político que nunca se cansó de hacer promesas sobre la gasolina, lo segundo no es aceptable.
Una balanza comercial deficitaria
La balanza exterior es tan problemática como la fiscal. No puede esperarse, como en esos tiempos tan añorados por el Presiente, una lluvia de divisas que permita ampliar la restricción externa de la economía mexicana. Al contrario, representaría una presión por salida de recursos. La balanza comercial petrolera es deficitaria desde 2014, debido a la caída en los precios, y a la mayor importación de gasolinas.
En el aspecto externo es también fundamental considerar que un precio del petróleo significativamente más elevado puede llevar a una desaceleración de naciones industrializadas, incluyendo por supuesto a Estados Unidos, lo que golpearía negativamente a México.
¿Un respiro a Pemex?
Precios del petróleo más altos sí pueden implicar un respiro para las finanzas de Pemex. Sin embargo, los problemas graves que enfrenta la empresa, acumulados a lo largo de décadas, no pueden ser solucionados por esta vía. La nueva estrategia (enfocarse en producción y refinación) ha implicado presiones adicionales para una paraestatal ya muy problemática. Lo que requiere Petróleo Mexicanos es un cambio radical de estrategia, y eso no va a suceder.
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