López Obrador es Presidente para ciertas cosas, en otras simplemente claudica. Funciones esenciales del Estado han sido desarticuladas por quien lo encabeza. AMLO no titubea en tratar de adjudicar la responsabilidad, su responsabilidad, a terceros. Que otros se hagan cargo, es el mensaje constante en las mañaneras.
¿No hay medicinas? Las hay, afirma contundente. Bueno, si faltan, entonces tendrían que ser adquiridas por médicos o enfermeras. ¿Hay vandalismo? Pues hay que informar a los padres y abuelos, que escandalizados habrán de regañar a los susodichos. No, claro que no, el gobierno no hará nada, porque no se va a “reprimir”. Lo mismo con respecto a otras conductas criminales. Se necesita que las madres entren al quite para que sus vástagos abandonen el sendero del mal. Un buen regaño, o chanclazo, hace maravillas con un delincuente.
Militares asesinados en Guerrero. ¿La respuesta desde Palacio Nacional? No queremos la guerra ni la declaramos. La fórmula obradorista es simple: colocar con firmeza la cabeza en la arena. Si se evitan los combates, entonces habrá menos muertos de ambos lados. El problema es que hay más muertos en todas partes. La fórmula del avestruz explica la explosión en inseguridad, desde las extorsiones hasta los homicidios.
Una y otra vez, en medio de la escalada de violencia, el Presidente proclama que se acabó la guerra, que no se persigue a nadie, que no se buscan enfrentamientos. La claudicación absoluta, una bandera blanca que se ondea repetidamente. ¿Se pretendió lograr una especie de tregua? Si fue así, el fracaso es total. No importa, es la estrategia que el Presidente presentó desde su campaña; sigue ofreciendo abrazos en tanto se recrudecen los balazos.
Ofrecer la paz, tender la mano, una vez más la receta aplicada esta semana. ¿Cómo atajar la violencia que podía desatarse el 2 de octubre? Sencillo: que “voluntarios” se pusieran unas camisetas y se transformaran en guardianes de la paz. El fracaso fue evidente para todos, menos para el Presidente.
Cuando se convence que debe ceder, rendirse por completo, López Obrador se conduce rápido y sin titubeos, como con esa guerra que se obstina en decir que ya no existe. Bastó que Donald Trump anunciara la amenaza de aranceles para que girara en redondo su política con respecto a los migrantes que transitaban por México: de la bienvenida al rechazo. Una obediencia tan absoluta, que el inquilino de la Casa Blanca declaró sin rubor que usa a México para frenar a los que buscan llegar a su territorio. Ya no pretende que México pague el mentado muro en la frontera norte, al cabo AMLO ya detiene a los que puede en la frontera sur.
La claudicación también se explica por la insaciable búsqueda de dinero para financiar los proyectos consentidos del Presidente. Nada de estancias infantiles para que trabajen las madres, o de medicinas que requieren los enfermos. Se alega que hay corrupción y se cancela. Una y otra vez, el daño a muchos, incluyendo a los más pobres, en aras de “ahorrar” recursos. ¿Cuidar a los niños? Nada mejor que los abuelos. ¿Medicinas? Solo cuando la presión mediática se hace insostenible.
México tiene un Presidente que se concentra en aquello que le obsesiona (como el petróleo) y claudica en el resto. Pero, por más que quiera, la responsabilidad es suya. Su negligencia llega hasta lo criminal por los muertos que está provocando. Lo mejor que podría hacer es renunciar por completo y no, como ya lo hizo, en parte.
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