No es un cínico, es mesiánico. No miente a propósito, se sabe poseedor de la verdad. No tiene un proyecto de nación, sino una visión que se cumplirá de manera inexorable. La suya, no es una desmedida ambición personal, es una obligación que la nación ha impuesto sobre sus hombros. Porque hubiera preferido ser académico, escritor o beisbolista profesional, pero cuando uno es siervo del Pueblo (con mayúscula) uno manda, sí, pero obedeciendo.
En forma abrumadora, los mexicanos eligieron a un iluminado como Presidente. Andrés Manuel López Obrador sabe todo lo que requiere México y cómo alcanzarlo. Convencido creyente en sí mismo, imaginó que solo necesitaba de dos elementos para lograr lo que sea: su voluntad personal y un poder político sin contrapesos (que solo estorban al poseedor de certezas). Desde diciembre conjunta ambos, y el camino a la Historia (con mayúscula) quedó abierto. No inauguró un gobierno cualquiera, sino algo solo equiparable a periodos transformacionales: Independencia, Reforma y Revolución tienen ahora continuidad en la 4ª Transformación. AMLO se acompaña por Juárez, Madero y Lázaro Cárdenas. De ese tamaño es la perspectiva que tiene sobre sí mismo.
Por ello el Presidente necesita de ejecutores (fieles hasta la abyección), no de asesores. Las acciones no son sugeridas por sus funcionarios, sino por sus voces interiores. Cuando le renunció el titular de Hacienda tras siete meses en el cargo con una durísima carta, advirtió indiferente, que quizá más personas harían lo mismo. Habló con la serenidad que tiene quien cree que nada es ciencia, sea economía, gobernar o extraer petróleo. La ignorancia que despliega López Obrador es la más grave: no sabe lo que no sabe. Por ello, el Presidente es un supremacista en todos los campos. En su mente prevalece victorioso, con la oposición derrotada hasta en el terreno de la moralidad.
La realidad paralela en la que vive AMLO no es la invención de un cínico para engañar, sino la convicción de un megalómano que cree aquello que describe. Un mundo paralelo que solo en ocasiones coincide con el de sus gobernados. En su imaginación, Obrador está construyendo un sistema de salud escandinavo y sin corruptelas, no provocando enfermedades y muertes por desabastos de medicinas y falta de acciones preventivas. Importar metotraxato no fue resultado de una crisis, sino una acción digna de aplauso porque mostró la preocupación de su gobierno por la salud de los mexicanos. En su mente su gobierno es incorrupto, absolutamente intolerante con la deshonestidad, en tanto presenta a su lado en la mañanera a Manuel Bartlett. Tiene la certeza que está rescatando a Pemex mientras que la empresa se embarca en una estrategia que la hundirá, con los mercados prestando dinero solo después de una inyección masiva de capital y gracias a bonos con tasas de interés elevadísimas. El huachicoleo dejó de ser un problema, hay desarrollo por más que no haya crecimiento. ¿Cómo lo sabe? Es simple: porque tiene “otros datos”.
Es gobernar con la imaginación y espejismos como guías. Ante cualquier problema, López Obrador ofrece una solución sencilla, directa y equivocada. En su mente, camina triunfante por el sendero que lo llevará a ser el mejor Presidente nunca visto, en tanto el pueblo admira sus ropajes y lo ovaciona. No ve que está conduciendo a México al retroceso económico, autoritarismo político, polarización social y un infierno de criminalidad por su desnudez intelectual.
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