Casi un año en la Casa Blanca, y Donald Trump mantiene su estupidez.
Ayer siguió con la cantaleta de que México pagará (ahora
“indirectamente”) por ese muro que lo obsesiona. Muchas promesas
electorales quedaron en el olvido, pero esta no deja su mente, sólo va y
viene. Como un niño haciendo un berrinche, regresa al tema como
esperando que, ahora sí, se saldrá con la suya.
Al menos quedó superada, si bien sólo temporalmente, la amenaza de que firmaría muy pronto la salida de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un par de días de ese rumor bastaron para mostrar de nuevo que el termómetro de cualquier cambio en expectativas es la paridad peso-dólar. Trump no habló de detalles sobre las negociaciones hasta el momento, porque no le interesan, ni presentó propuestas concretas (para ese pago 'indirecto') porque no las tiene. Es un hombre poderoso, pero intelectualmente limitado, que gusta de presumir que tiene el botón nuclear más grande que su contraparte norcoreana. Con esa clase de mentalidad infantil hay que negociar.
Además, Trump encontró un funcionario que le compró su estupidez en materia comercial. El Representante Comercial, Robert Lighthizer, busca reducir el déficit comercial estadounidense con México (que se financia perfectamente con otros rubros de la balanza de pagos), así sea destruyendo las cadenas manufactureras y otros intercambios comerciales desarrollados en casi un cuarto de siglo. De ahí, por ejemplo, las demandas de Lighthizer en materia de contenido regional y nacional para la industria automotriz (a las que se opone la industria automotriz, por supuesto).
Nada ha cambiado en todos estos meses. Ningún gobierno mexicano, presente o futuro, pagará un centavo por ese muro. Tampoco puede acceder a la manifiesta estupidez comercial para que se pueda modificar una estadística que obsesiona al inquilino de la Casa Blanca. El costo de los berrinches trumpistas es tan astronómico que no es posible siquiera considerarlos.
A una persona necia que plantea una y otra vez la misma pregunta no se le puede variar la respuesta. Ya sin el adorno de que se puede 'modernizar' el TLCAN, el gobierno peñista debe mantenerse en la mesa, rechazar las locuras de Lighthizer e ignorar públicamente las tonterías trumpianas. De manera discreta, cabildear en el Congreso estadounidense, además entre gobernadores y empresarios de ese país, para que éstos traten de explicar y convencer a Trump de que abandonar el TLCAN causaría un enorme daño a México, pero (lo importante) también a Estados Unidos. De paso, tratar de forjar alianzas negociadoras con los canadienses, suponiendo que no existan ya.
No hay que engañarse: México está contra la pared, pero precisamente por ello no se puede mover. Hace un año que Trump no cambia la cantaleta; tampoco la debe cambiar México. Ciertamente, dicha incertidumbre se añade a un año muy problemático que es 2018, pero nada puede hacerse al respecto.
Al menos quedó superada, si bien sólo temporalmente, la amenaza de que firmaría muy pronto la salida de Estados Unidos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un par de días de ese rumor bastaron para mostrar de nuevo que el termómetro de cualquier cambio en expectativas es la paridad peso-dólar. Trump no habló de detalles sobre las negociaciones hasta el momento, porque no le interesan, ni presentó propuestas concretas (para ese pago 'indirecto') porque no las tiene. Es un hombre poderoso, pero intelectualmente limitado, que gusta de presumir que tiene el botón nuclear más grande que su contraparte norcoreana. Con esa clase de mentalidad infantil hay que negociar.
Además, Trump encontró un funcionario que le compró su estupidez en materia comercial. El Representante Comercial, Robert Lighthizer, busca reducir el déficit comercial estadounidense con México (que se financia perfectamente con otros rubros de la balanza de pagos), así sea destruyendo las cadenas manufactureras y otros intercambios comerciales desarrollados en casi un cuarto de siglo. De ahí, por ejemplo, las demandas de Lighthizer en materia de contenido regional y nacional para la industria automotriz (a las que se opone la industria automotriz, por supuesto).
Nada ha cambiado en todos estos meses. Ningún gobierno mexicano, presente o futuro, pagará un centavo por ese muro. Tampoco puede acceder a la manifiesta estupidez comercial para que se pueda modificar una estadística que obsesiona al inquilino de la Casa Blanca. El costo de los berrinches trumpistas es tan astronómico que no es posible siquiera considerarlos.
A una persona necia que plantea una y otra vez la misma pregunta no se le puede variar la respuesta. Ya sin el adorno de que se puede 'modernizar' el TLCAN, el gobierno peñista debe mantenerse en la mesa, rechazar las locuras de Lighthizer e ignorar públicamente las tonterías trumpianas. De manera discreta, cabildear en el Congreso estadounidense, además entre gobernadores y empresarios de ese país, para que éstos traten de explicar y convencer a Trump de que abandonar el TLCAN causaría un enorme daño a México, pero (lo importante) también a Estados Unidos. De paso, tratar de forjar alianzas negociadoras con los canadienses, suponiendo que no existan ya.
No hay que engañarse: México está contra la pared, pero precisamente por ello no se puede mover. Hace un año que Trump no cambia la cantaleta; tampoco la debe cambiar México. Ciertamente, dicha incertidumbre se añade a un año muy problemático que es 2018, pero nada puede hacerse al respecto.
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