La autonomía del Banco de México, en vigor desde
1994, fue una de las varias reformas extraordinarias del sexenio
salinista. La independencia en el manejo de la política monetaria fue
clave para reducir la inflación y mantenerla en niveles bajos. Banxico
es uno de los varios cimientos que garantizan la estabilidad
macroeconómica.
Pero ese cimiento tiene una fisura, que representa un peligro en el siguiente sexenio. La campaña electoral por empezar será un concurso de demagogia sin paralelo. De una forma u otra, abundarán las promesas que implicarán subir el gasto público y bajar impuestos, de paso prometiendo que no habrá déficit público o deuda. No importa que las cuentas no cuadren, se trata de ganar en julio.
De la misma manera que se promete una gasolina o electricidad baratas, educación gratuita en cualquier nivel, obras de infraestructura por todo el país, regalos de dinero para jóvenes y viejos, ¿por qué no prometer un dólar más barato? Ya se sabe que el tipo de cambio sigue siendo un fetiche para buena parte de la población. Ya son 23 años de tipo de cambio flotante, pero poco importa, se sigue viendo en cuánto estaba el peso contra el dólar al iniciar el sexenio, y en cuánto acabó, como un parámetro del desempeño gubernamental. Una tontería, pero polvos de aquellos lodos del “presidente que devalúa, se devalúa”.
Ocurre que la política cambiaria no la determina el Banxico. Es la Comisión de Cambios, formada por funcionarios del Banco Central y la Secretaría de Hacienda. En caso de discrepancia, la SHCP decide. En otras palabras, el presidente determina, vía Hacienda, la política cambiaria. Y la ley del Banco de México es clara: desobedecer las decisiones de la Comisión de Cambios es causa para despedir al gobernador.
Un candidato a la presidencia puede argumentar que el peso está considerablemente subvaluado (cierto) y que es imperativo reformar un régimen cambiario que ya no funciona (falso). Y promete, por ejemplo, fijar la paridad en 17 pesos por dólar, o cualquier otra cifra que implique una significativa revaluación nominal. Instruye a la Comisión de Cambios ejecutar esa medida apenas tome posesión, y despide a Alejandro Díaz de León (suponiendo que éste no renuncie antes en protesta) si no obedece la orden. Sencillo, y de paso la autonomía del Banxico hecha trizas bajo el marco legal actual.
En el próximo periodo ordinario de sesiones del Congreso debe reformarse la legislación, y dar a la Junta de Gobierno del Banxico el control de la política cambiaria, cerrando la Comisión de Cambios, o en todo caso dando en su interior el voto de calidad al Banco Central. La posibilidad de la demagogia cambiaria es demasiado elevada como para no hacer esa modificación lo antes posible. Ningún candidato podrá oponerse abiertamente a esa reforma, que podría aprobarse hasta por unanimidad. Banxico no tiene plena autonomía en materia monetaria, dado el flanco cambiario que no controla. Es imperativo otorgársela.
Pero ese cimiento tiene una fisura, que representa un peligro en el siguiente sexenio. La campaña electoral por empezar será un concurso de demagogia sin paralelo. De una forma u otra, abundarán las promesas que implicarán subir el gasto público y bajar impuestos, de paso prometiendo que no habrá déficit público o deuda. No importa que las cuentas no cuadren, se trata de ganar en julio.
De la misma manera que se promete una gasolina o electricidad baratas, educación gratuita en cualquier nivel, obras de infraestructura por todo el país, regalos de dinero para jóvenes y viejos, ¿por qué no prometer un dólar más barato? Ya se sabe que el tipo de cambio sigue siendo un fetiche para buena parte de la población. Ya son 23 años de tipo de cambio flotante, pero poco importa, se sigue viendo en cuánto estaba el peso contra el dólar al iniciar el sexenio, y en cuánto acabó, como un parámetro del desempeño gubernamental. Una tontería, pero polvos de aquellos lodos del “presidente que devalúa, se devalúa”.
Ocurre que la política cambiaria no la determina el Banxico. Es la Comisión de Cambios, formada por funcionarios del Banco Central y la Secretaría de Hacienda. En caso de discrepancia, la SHCP decide. En otras palabras, el presidente determina, vía Hacienda, la política cambiaria. Y la ley del Banco de México es clara: desobedecer las decisiones de la Comisión de Cambios es causa para despedir al gobernador.
Un candidato a la presidencia puede argumentar que el peso está considerablemente subvaluado (cierto) y que es imperativo reformar un régimen cambiario que ya no funciona (falso). Y promete, por ejemplo, fijar la paridad en 17 pesos por dólar, o cualquier otra cifra que implique una significativa revaluación nominal. Instruye a la Comisión de Cambios ejecutar esa medida apenas tome posesión, y despide a Alejandro Díaz de León (suponiendo que éste no renuncie antes en protesta) si no obedece la orden. Sencillo, y de paso la autonomía del Banxico hecha trizas bajo el marco legal actual.
En el próximo periodo ordinario de sesiones del Congreso debe reformarse la legislación, y dar a la Junta de Gobierno del Banxico el control de la política cambiaria, cerrando la Comisión de Cambios, o en todo caso dando en su interior el voto de calidad al Banco Central. La posibilidad de la demagogia cambiaria es demasiado elevada como para no hacer esa modificación lo antes posible. Ningún candidato podrá oponerse abiertamente a esa reforma, que podría aprobarse hasta por unanimidad. Banxico no tiene plena autonomía en materia monetaria, dado el flanco cambiario que no controla. Es imperativo otorgársela.
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