Uno presume riqueza, el otro pobreza. El mexicano se ostenta de izquierda, el estadounidense es republicano. Pero Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador en mucho parecen gemelos separados al nacer. Ambos gustan de la noción del hombre fuerte, aquel capaz de imponer su voluntad ninguneando a los rivales (por medio de la burla) y pisoteando instituciones.
Los dos tienen asesores, muchos respetables. En ciertos casos, personas que aceptaron servir buscando ayudar a su país.
En otros, individuos que rentan su intelecto y prestigio en aras de cierto poder. Pero sus razones son irrelevantes: están de adorno. El ahora presidente y el aspirante a serlo son intelectualmente inmaduros, con esa rigidez asociada con infancia o vejez. Ignorantes y plenos de arrogancia, están seguros de que saben todo lo necesario, y los colaboradores están para reafirmar, justificar e implementar, no para ofrecer alternativas a lo ya definido. Y lo establecido es una hoja de ruta que implica un regreso al pasado. La visión de ambos está firmemente anclada en el ayer.
El tabasqueño y el neoyorquino tienen como objetivo el país de su juventud.
Trump añora al Estados Unidos como potencia manufacturera, en que carbón y acero eran industrias pujantes y fuentes de miles de empleos. Su solución es buscar revertir la modernidad por medio del proteccionismo comercial. Resiente que los automóviles vengan de México o Alemania.
Su postura económica es que exportar es bueno, importar malo, y un superávit en la balanza comercial es señal de victoria en la 'guerra' comercial. Esa noción se llama mercantilismo, y quedó desacreditada en el siglo XIX.
López Obrador añora el regreso a un potente Estado productor y proveedor. Bajo la sabia conducción del Señor Presidente (figura todopoderosa en su juventud) las paraestatales son punteras de la actividad económica. Su solución es buscar revertir la modernidad por medio del activismo estatal. Resiente que se importen las gasolinas o los alimentos. Su postura económica es que producir lo que se necesita en el país es bueno, importarlo es malo y dañino para la soberanía nacional. Esa noción engloba estatismo y proteccionismo, ambos desacreditados en el siglo XX.
El habitante de la Casa Blanca prometió que eliminaría la deuda pública. En cambio, su ideología lo llevó a recortar impuestos de manera masiva. Piensa que el déficit que habrá de resultar no existirá, porque la economía crecerá mucho más.
El aspirante a ocupar Palacio Nacional promete que no habrá déficit o mayor endeudamiento. Pero su ideología lo lleva a ofrecer aumentar el gasto en forma estratosférica, con inversiones masivas (como las refinerías), subsidios a granel (para el campo, por ejemplo), así como pensiones, becas y aumentos salariales para los servidores públicos. Piensa que no habrá déficit porque, alega, no habrá corrupción. El gobierno ahorrará cientos de miles de millones que se podrá gastar en lo prometido.
AMLO y Trump son gemelos… en la demagogia.
Los dos tienen asesores, muchos respetables. En ciertos casos, personas que aceptaron servir buscando ayudar a su país.
En otros, individuos que rentan su intelecto y prestigio en aras de cierto poder. Pero sus razones son irrelevantes: están de adorno. El ahora presidente y el aspirante a serlo son intelectualmente inmaduros, con esa rigidez asociada con infancia o vejez. Ignorantes y plenos de arrogancia, están seguros de que saben todo lo necesario, y los colaboradores están para reafirmar, justificar e implementar, no para ofrecer alternativas a lo ya definido. Y lo establecido es una hoja de ruta que implica un regreso al pasado. La visión de ambos está firmemente anclada en el ayer.
El tabasqueño y el neoyorquino tienen como objetivo el país de su juventud.
Trump añora al Estados Unidos como potencia manufacturera, en que carbón y acero eran industrias pujantes y fuentes de miles de empleos. Su solución es buscar revertir la modernidad por medio del proteccionismo comercial. Resiente que los automóviles vengan de México o Alemania.
Su postura económica es que exportar es bueno, importar malo, y un superávit en la balanza comercial es señal de victoria en la 'guerra' comercial. Esa noción se llama mercantilismo, y quedó desacreditada en el siglo XIX.
López Obrador añora el regreso a un potente Estado productor y proveedor. Bajo la sabia conducción del Señor Presidente (figura todopoderosa en su juventud) las paraestatales son punteras de la actividad económica. Su solución es buscar revertir la modernidad por medio del activismo estatal. Resiente que se importen las gasolinas o los alimentos. Su postura económica es que producir lo que se necesita en el país es bueno, importarlo es malo y dañino para la soberanía nacional. Esa noción engloba estatismo y proteccionismo, ambos desacreditados en el siglo XX.
El habitante de la Casa Blanca prometió que eliminaría la deuda pública. En cambio, su ideología lo llevó a recortar impuestos de manera masiva. Piensa que el déficit que habrá de resultar no existirá, porque la economía crecerá mucho más.
El aspirante a ocupar Palacio Nacional promete que no habrá déficit o mayor endeudamiento. Pero su ideología lo lleva a ofrecer aumentar el gasto en forma estratosférica, con inversiones masivas (como las refinerías), subsidios a granel (para el campo, por ejemplo), así como pensiones, becas y aumentos salariales para los servidores públicos. Piensa que no habrá déficit porque, alega, no habrá corrupción. El gobierno ahorrará cientos de miles de millones que se podrá gastar en lo prometido.
AMLO y Trump son gemelos… en la demagogia.
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