La burra no era arisca, la hicieron a palos. Los mexicanos escucharon
muchas veces loas al gasto público -y finalmente pagaron el pato. Las
borracheras fiscales y crisis de deuda no pertenecen a un pasado
remoto, pero en esa dirección enfila el gobierno, según esto nomás
tantito.
Peña Nieto rompió compromisos anunciados con toda pompa en su discurso de toma de posesión. Su “decisión” décimo segunda prometía cero déficit presupuestal. La décimo tercera un gasto público austero, racionando el gasto corriente. Lo que realmente quedó en cero fue su credibilidad en la materia. No es sólo que en 2014 se espera un déficit no visto en un cuarto de siglo, sino que todo indica que el desequilibrio será más elevado que lo planeado.
Los ingresos públicos en febrero fueron muy inferiores a lo anticipado.
Hay ciertas razones para ello (pagos diferidos de ISR que se harán en marzo y una recaudación fuerte por impuestos al tabaco en febrero de 2013) pero, incluso tomando eso en cuenta, la caída es preocupante. La desaseada reforma fiscal iba al menos a tener una virtud: aumentar sustancialmente los ingresos tributarios. Y, en su segundo mes de vigencia, los correspondientes al gobierno federal cayeron 6.5 por ciento en términos reales con respecto al año anterior, con el combinado ISR-IETU-IDE desplomándose 18.5 por ciento. Las cifras de enero fueron buenas y compensan, pero lo ahora evidente es que la tan cacareada reforma puede no cumplir con lo proyectado.
Mientras tanto, lo que el gobierno federal sí está haciendo, con singular alegría, es gastar dinero. En el mismo mes de febrero sus erogaciones netas aumentaron un espectacular 22.9 por ciento en términos reales, con el gasto corriente (el que supuestamente se iba a racionalizar) subiendo 20.7 por ciento, y el gasto de capital nada menos que 47.8 ciento. Ojalá, imposible saberlo, haya cierto control sobre los proyectos que están recibiendo recursos públicos a raudales. Es fácil perder la disciplina cuando el dinero corre como la tinta (roja).
¿Cómo se está financiando el creciente desequilibrio? Con deuda, mucha deuda. El gobierno está explotando las fuentes de financiamiento con gusto, aprovechando la enorme liquidez internacional y la búsqueda por parte de inversionistas de rendimientos atractivos en estos peculiares tiempos de tasas de interés que rozan el cero.
Sólo en tres meses, de enero al primer día de abril, hubo cinco emisiones de bonos por parte de Hacienda (en dólares, libras y euros) que totalizaron 8 mil 420 millones de dólares. Contando a Pemex, la cifra es de 12 mil 420 millones. Un endeudamiento externo de esa magnitud en tan poco tiempo no se registraba desde los desaforados tiempos de José López Portillo. Ciertamente, son bonos de largo plazo y parte del dinero se usará para refinanciar pasivos, pero con todo hay un apetito feroz por deuda. En tres ocasiones anteriores esa película ya se vivió, terminando en crisis que costaron muchos años de estancamiento mientras el país se apretaba el cinturón para pagar.
Finalmente, lo que faltaba a la ecuación: el crecimiento esperado no llega. Prácticamente ya nadie comparte la cifra oficial de la Secretaría de Hacienda pronosticando para este año un crecimiento de 3.9 por ciento. Y si el crecimiento es menor, la recaudación fiscal también lo será, con el déficit siendo todavía más grande, tanto en su magnitud como en relación a un PIB menor al esperado.
Ojalá que las finanzas públicas estén bajo control, pero cuando se pisa el acelerador hasta el fondo es difícil controlar el coche, y más cuando es momento de presionar el freno. Eso es lo que prometió el gobierno de 2015 en adelante. Ojalá ese compromiso no tenga el mismo destino que las primeras decisiones fiscales de Peña Nieto.
Peña Nieto rompió compromisos anunciados con toda pompa en su discurso de toma de posesión. Su “decisión” décimo segunda prometía cero déficit presupuestal. La décimo tercera un gasto público austero, racionando el gasto corriente. Lo que realmente quedó en cero fue su credibilidad en la materia. No es sólo que en 2014 se espera un déficit no visto en un cuarto de siglo, sino que todo indica que el desequilibrio será más elevado que lo planeado.
Los ingresos públicos en febrero fueron muy inferiores a lo anticipado.
Hay ciertas razones para ello (pagos diferidos de ISR que se harán en marzo y una recaudación fuerte por impuestos al tabaco en febrero de 2013) pero, incluso tomando eso en cuenta, la caída es preocupante. La desaseada reforma fiscal iba al menos a tener una virtud: aumentar sustancialmente los ingresos tributarios. Y, en su segundo mes de vigencia, los correspondientes al gobierno federal cayeron 6.5 por ciento en términos reales con respecto al año anterior, con el combinado ISR-IETU-IDE desplomándose 18.5 por ciento. Las cifras de enero fueron buenas y compensan, pero lo ahora evidente es que la tan cacareada reforma puede no cumplir con lo proyectado.
Mientras tanto, lo que el gobierno federal sí está haciendo, con singular alegría, es gastar dinero. En el mismo mes de febrero sus erogaciones netas aumentaron un espectacular 22.9 por ciento en términos reales, con el gasto corriente (el que supuestamente se iba a racionalizar) subiendo 20.7 por ciento, y el gasto de capital nada menos que 47.8 ciento. Ojalá, imposible saberlo, haya cierto control sobre los proyectos que están recibiendo recursos públicos a raudales. Es fácil perder la disciplina cuando el dinero corre como la tinta (roja).
¿Cómo se está financiando el creciente desequilibrio? Con deuda, mucha deuda. El gobierno está explotando las fuentes de financiamiento con gusto, aprovechando la enorme liquidez internacional y la búsqueda por parte de inversionistas de rendimientos atractivos en estos peculiares tiempos de tasas de interés que rozan el cero.
Sólo en tres meses, de enero al primer día de abril, hubo cinco emisiones de bonos por parte de Hacienda (en dólares, libras y euros) que totalizaron 8 mil 420 millones de dólares. Contando a Pemex, la cifra es de 12 mil 420 millones. Un endeudamiento externo de esa magnitud en tan poco tiempo no se registraba desde los desaforados tiempos de José López Portillo. Ciertamente, son bonos de largo plazo y parte del dinero se usará para refinanciar pasivos, pero con todo hay un apetito feroz por deuda. En tres ocasiones anteriores esa película ya se vivió, terminando en crisis que costaron muchos años de estancamiento mientras el país se apretaba el cinturón para pagar.
Finalmente, lo que faltaba a la ecuación: el crecimiento esperado no llega. Prácticamente ya nadie comparte la cifra oficial de la Secretaría de Hacienda pronosticando para este año un crecimiento de 3.9 por ciento. Y si el crecimiento es menor, la recaudación fiscal también lo será, con el déficit siendo todavía más grande, tanto en su magnitud como en relación a un PIB menor al esperado.
Ojalá que las finanzas públicas estén bajo control, pero cuando se pisa el acelerador hasta el fondo es difícil controlar el coche, y más cuando es momento de presionar el freno. Eso es lo que prometió el gobierno de 2015 en adelante. Ojalá ese compromiso no tenga el mismo destino que las primeras decisiones fiscales de Peña Nieto.
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