La omnipotencia desde la presidencia, el trastorno del absolutista, la certeza del demagogo, el engreimiento del autoritario. En la era del priato esos síntomas invadían al presidente poco a poco. No por nada se hablaba de la enfermedad del sexto año de gobierno, en que el descontrol personal era evidente. De tanto escuchar “son las horas que usted diga, señor presidente”, el susodicho se sentía Cronos en el Olimpo.
Andrés Manuel López Obrador muestra un rápido avance de la enfermedad. La dura renuncia de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público encueró a una administración desfondada por enfrentamientos internos y llena de funcionarios incompetentes, incluso en la dependencia más técnica del gobierno federal.
La respuesta presidencial fue acusar a Urzúa de neoliberal, de resistirse al cambio, anunciando la radicalización de la política económica con todo el arrojo que proporciona la ignorancia. Ante problemas complejos, AMLO monta desde su soberbia y desconocimiento una solución que es simple y equivocada. Nada es difícil, y ocurre que la economía no es una ciencia (como tampoco lo son muchas otras cosas). Su moral y honestidad son su escudo y arma, y le permiten ofrecer las soluciones más disparatadas con el mayor aplomo.
Esa radicalización tiene una clara hoja de ruta: uno de los dos planes nacional de desarrollo presentados por el gobierno hace un par de meses. El de Urzúa ya puede encontrarse en el basurero más cercano. Este plan tenía cosas tan neoliberales como estrategias específicas, parámetros y metas. Como dijo López Obrador despectivamente, bien lo pudieron haber elaborado José Antonio Meade o Agustín Carstens. Horror, un documento clave de la cuarta transformación que parecía tener la huella de itamitas.
Por eso, López Obrador se puso a escribir personalmente su visión en otro documento, también publicado como PND. Lo reiteró con la salida de Urzúa: es el mapa para el futuro. Es una hoja de ruta que retrata las ideas obradoristas, y que da miedo por su estatismo rancio (lo habría suscrito con entusiasmo Luis Echeverría) y simplismo. Es una versión ampliada del cuento que se repite en muchas conferencias mañaneras: el Gobierno del Pueblo Bueno (con mayúsculas) ilumina la Nación, borrando 36 años de oscuridad neoliberal. La petrolización de la economía, la búsqueda de la autosuficiencia alimentaria, el Estado como el gran benefactor que quitará el dinero a los corruptos y lo entregará a raudales a los grupos hasta ahora desprotegidos destacan entre las premisas del PND, el evangelio verdadero del mesías económico (no el neoliberal del apóstata Urzúa).
En semanas recientes el discurso obradorista ha iniciado un giro: el crecimiento económico es importante, pero más la redistribución de la riqueza. El mantra de tantos socialistas de antaño ahora cobra vigor bajo el paraguas de la cuarta transformación. Fue la instrucción central al nuevo secretario de Hacienda y Crédito Público. Como le dijo López Obrador a Arturo Herrera, lo designaba al cargo con un encargo.
Si algo ha mostrado Herrera en pocos días ante los reflectores ha sido ser un funcionario competente, equilibrado y afable. Tiene el potencial de ser un excelente secretario, pero con el obstáculo de tratar de aplicar una agenda que un presidente ignorante de la economía ahora radicaliza. Si aceptó el cargo, Herrera debe considerar que puede con el doble paquete. Ojalá, pero probablemente lo mismo pensó Carlos Urzúa.
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