La estrategia obradorista no tiene posibilidades de triunfo en lo que para el Presidente representa la joya de la corona gubernamental: Pemex.
López Obrador es el capitán, con la mano firme en el timón.
En su mente está el mapa con la ruta a seguir. La nave del Estado le obedece ciegamente, puesto que tiene al alcance todas las palancas y botones, incluyendo a un Congreso obediente y gobernadores amansados. AMLO está convencido de que su mando será histórico, con México alejándose de las traicioneras aguas del neoliberalismo, en cambio dirigiéndose a una zona con mucho mayor bienestar para millones, principalmente los que menos tienen.
Tiene visión, sin duda, pero con unas anteojeras ideológicas firmemente colocadas. Su soberbia intelectual es inmensa, y lo lleva a sentirse un líder incapaz de fallar. El barco lo ha puesto a toda velocidad, y va enfilado a estrellarse.
Contempla un iceberg gigantesco, y considera que es un punto de escala promisorio en su travesía. No ve bajo la superficie lo que dañará la nave, sino que se deslumbra por su blancura y majestuosidad. Ese enorme témpano se llama Petróleos Mexicanos. En el mejor de los casos dañará a la economía, en el peor la hundirá en una crisis.
Peor que Brasil
Un análisis de Bloomberg publicado en días recientes lo dejaba en blanco y negro: el riesgo país de México ya es superior al de otras naciones cuya calificación crediticia es de “junk” (basura), como es el caso de Brasil. Una encuesta realizada por Bank of America encontró un fuerte aumento entre aquellos que esperan una baja en la calificación crediticia del país, que en las calificaciones de Fitch y Moody’s ya está solo un nivel por arriba de “junk”.
Sorprendente sería lo contrario. Jair Bolsonaro busca la aprobación de los mercados e inversionistas; AMLO los desprecia abiertamente, cuando no los ataca.
La exhibición más reciente fue el cuestionamiento a las empresas que tanto han invertido en el sector energético. El sueño obradorista sería regresar a un mercado eléctrico dominado por una empresa estatal monopólica, la Comisión Federal de Electricidad. Ha cerrado las alternativas a los privados, y probablemente si los tolera es porque carece del dinero para nacionalizarlos. Manuel Bartlett recitando nombres de personas que fueron servidores públicos en el sector energético, y posteriormente tuvieron una relación con empresas privadas del sector, parecía un comisario soviético presentando acusados ante un tribunal popular.
Es imposible saber el grado de éxito que tendrá el viraje de Brasil hacia el mercado, las inercias son formidables en un país largamente gobernado por entusiastas del Estado como Lula y Dilma, pero hay claras posibilidades de un mejor desempeño económico. La estrategia obradorista no tiene posibilidades de triunfo en lo que para el Presidente representa la joya de la corona gubernamental: Pemex.
Una rueda de molino
AMLO ve a Pemex como una palanca de desarrollo, un salvavidas para la economía. El tabasqueño está atorado en su juventud, cuando el recién descubierto Cantarell inundaba de petróleo al planeta (el Presidente ha pedido explícitamente en discursos que se trate de revivir a ese campo), más o menos por 1979-1981.
El titular del Ejecutivo se queja una y otra vez de la “herencia” recibida. La ironía es que en el caso de la petrolera tiene razón, pero su receta para el moribundo implicará su agravamiento y además el contagio para el Gobierno Federal. López Obrador cree que su estrategia inflará de nuevo un deshinchado salvavidas, cuando lo que está haciendo es aumentar el tamaño de una rueda de molino que de por sí representaba un formidable lastre para la economía nacional.
Enrique Peña Nieto tuvo sueños guajiros semejantes en 2013-2014: el engrandecer a la empresa paraestatal y mantenerla como un gigante industrial. Pero el petróleo estaba a más de 100 dólares el barril, no a la mitad de esa cifra. Peña apostó incluso en ese periodo a que inversionistas privados podrían aportar mucho para aumentar la producción de crudo.
AMLO desprecia a esas multinacionales, incluso la noción de un Pemex que exporta petróleo. Quiere más producción, aumentarla en al menos un tercio durante su sexenio, y que la totalidad se refine en México en un formidable “Sistema Nacional de Refinación”, con la nueva refinería de Dos Bocas siendo una parte importante. Todo esto para que México ya no importe gasolinas y diésel. Cuestión, cree el Presidente, de invertir, y hacerlo rápido, incluso sin concursos abiertos (además rechazando explotar petróleo con la tecnología shale).
Pero esa película ya la vimos, en repetidas ocasiones. Pemex invirtió carretadas de dinero buscando aumentar la producción, sin lograrlo nunca. Entre 2002 y 2018, se invirtieron 284 mil millones de dólares, y la producción de crudo cayó de 3.83 millones de barriles diarios en 2004 (año en que inició el fuerte declive de Cantarell) a 2.07 millones en 2018. No es casual que Pemex sea la empresa petrolera más endeudada del mundo.
@econokafka
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