Andrés Manuel López Obrador se cree un presidente diferente. Sin duda, su megalomanía personal y gusto por el estatismo hacía mucho que no eran vistos en México. Hay que tener cierta edad o pasión por la historia para ubicarlo con Luis Echeverría o José López Portillo. En cambio, carece de una virtud esencial en un gobernante exitoso: el pragmatismo.
Al contrario, AMLO es el presidente más ideologizado de la historia moderna, dada su obsesión 'antineoliberal'. En su mente la narrativa es firme: la inclinación por el libre mercado, por permitir al sector privado participar sin obstáculos en la economía, son el demonio a exorcizar. Por ello la constante retórica contra la inversión privada (muy de Echeverría) y por la autosuficiencia, destacadamente la energética y alimentaria (ecos de López Portillo).
Lo que no entiende el presidente es que el pueblo no se alimenta de discursos. La obsesión presidencial con un mayor bienestar es correcta, el camino para alcanzarlo que propone va en dirección contraria. Le fascina ignorar o destruir instituciones, en tanto en los hechos fomenta las redes clientelares y la corrupción. El titular del Ejecutivo puede ser absolutamente honrado, incapaz de tomar un peso ajeno por más que lo tenga a su alcance. Lo que asume, y ahí está el error, es que su ejemplo es suficiente para que todo funcionario se comporte de la misma manera.
Por lo que su forma de canalizar el gasto público no solo es ineficiente, sino que implica semillas de corrupción en abundancia. Ignorar esquemas y reglas ya establecidos en programas sociales, para en cambio armar sus propios padrones sin más prioridad que ganar clientes políticos y futuros votos es garantía de que mucho dinero se perderá en algunos bolsillos a lo largo del camino. Asignar en forma por completo discrecional gasto, sea para una refinería, un tren maya o incluso compras de cientos de pipas, puede traer el mismo resultado.
Enrique Peña Nieto fue derrotado por tres factores: bajo crecimiento económico, corrupción rampante e inseguridad fuera de control. AMLO no entiende que al mexicano le importa poco la ideología. Fue el error de Hugo Chávez con su 'socialismo del siglo XXI'. A la postre fue un desastre. Así será con la 'cuarta transformación', puesto que su esencia va en contra de una mayor productividad. Al contrario, la 4T es alérgica a ella, como lo muestra su rechazo a la meritocracia. AMLO carece del margen, la abundancia presupuestal que tuvo Chávez algunos años. No habrá mayor crecimiento económico, todo muestra que la corrupción se mantendrá o incluso aumentará, libre de esas reglas y restricciones que enfrentaron los funcionarios de Peña. Y las acciones evasivas de AMLO ante todo aquello que implique confrontación, de los grupos huachicoleros a la CNTE, hace prever que la inseguridad tampoco se reducirá. López Obrador se estrellará más pronto que tarde en el espejo peñista, con los mexicanos pagando (de nuevo) los platos rotos.
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