Ni crecimiento económico, ni mayor bienestar, ni mayor seguridad, ni mejor salud, ni tampoco mejor educación. Todo, con un entreguismo abyecto ante Donald Trump al tiempo que se muestra como un porrista de regímenes autoritarios latinoamericanos. Una burla a nivel internacional por sus ocurrencias, desde su “abrazos, no balazos” hasta la rifa del avión presidencial. Se apilan los muertos, se destruyen empleos y los enfermos están sin medicinas. Mientras tanto, al Presidente le encanta pasearse por el país y encasquetarse flores en la cabeza.
Un mesiánico habita Palacio Nacional. Ya son 14 meses en que se ha comprobado una y otra vez que mezcla una impresionante soberbia intelectual con una ineptitud similar. El margen de “nuevo gobierno” hace tiempo se agotó. No es que la curva de aprendizaje haya sido pronunciada, es que consideró que no le era necesario aprender nada de esos gobiernos neoliberales a los que tanto desprecia. A todo problema importante, el Presidente tiene siempre lista una solución directa, simple y equivocada.
Ayer el titular del Ejecutivo se lució. Ante el crecimiento negativo registrado en el primer año de su administración, pronunció, como tantas veces, que tiene otros datos. Ahondó en el despliegue de su ignorancia. Anunció que había modificado los parámetros para medir si hay mayor bienestar en el país. Ejemplificó que bajó el precio del pollo y que el director del Fondo de Cultura Económica le informó que en los mercados de libro que ponía el FCE en poblaciones pobres, las personas adquirían textos. Así llegó a la conclusión de que México vive un mayor bienestar. A todo ello agregó que los parámetros anteriores para medir el desarrollo se habían establecido en el periodo neoliberal.
El hombre que en sus muchos años de campaña presidencial nunca se cansó de criticar (con razón) el bajo crecimiento económico, hoy encuentra prosperidad por debajo del cero. Quien de su puño y letra ofreció en el Plan Nacional de Desarrollo un crecimiento promedio del PIB de 4.0 por ciento durante su sexenio (y 6.0 por ciento en 2024) ahora ningunea ese indicador.
El Presidente se encuentra feliz en su burbuja. Se mira en el espejo y descubre a un gobernante histórico y transformacional. Cuando las cosas salen mal, siempre es culpa de otros, a los que habrá de señalar con dureza. Se trata de corruptos y saboteadores, de aquellos que se resisten a perder los privilegios del pasado. Si algo falla en la estrategia, es cuestión de tener paciencia. Incansable, está en campaña permanente, porque eso de estar detrás del escritorio es para los tecnócratas fifís. El gobierno se ejerce desde un templete, sea en Palacio Nacional o por donde quiera que se encuentre en el país.
La rifa del avión presidencial no debe verse como una ocurrencia aislada, una insensatez que responde al ridículo de no poder cumplir una promesa mil veces reiterada, sino como una muestra de lo que es gobernar con la improvisación como principal estrategia. Lo que en otros países sería un mal chiste, en México se transforma en un pretexto para que el Presidente invierta su valioso tiempo y se ponga a diseñar los detalles de la ocurrencia. Solo falta que salga al Zócalo a vender “cachitos” para la rifa.
En un país a la deriva, en que se destruye sin construir, la indiferencia o ignorancia presidencial ante el daño que cada día inflige a muchos (particularmente los más pobres), solo muestra cómo millones se dejaron llevar por el hígado y votaron por alguien que no la rifa.
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