Gabriel Zaid llamó a José López Portillo un Presidente apostador, por colocar tantas fichas nacionales en la carta del petróleo.
Siete sexenios más tarde, su sucesor ocupando La Silla lo hace parecer como un niño apostando algunas canicas. Porque el López de hoy es un tahúr desbocado por el poder, un ludópata incapaz de dejar el vicio de apostar al petróleo a pesar de que la estrategia ha sido patentemente desastrosa desde un principio.
El problema, como con López Portillo, es que López Obrador apuesta el dinero de todos los mexicanos, e igualmente lo hace sin contrapeso alguno. Uno tenía un Congreso subordinado, lo mismo que ahora AMLO. No hay realmente frenos o contrapesos, con la diferencia de que las acciones lopezportillistas eran eminentemente sensatas, o al menos lo fueron por algunos años.
Una estrategia sólida
La apuesta lopezportillista al petróleo no era mala, como sí lo fue la administración de esa abundancia.
El crudo trepaba imparable desde 1973, y cuando tomó posesión (en diciembre de 1976) tuvo el acierto de colocar al frente de Petróleos Mexicanos a un ingeniero que se había dedicado por décadas al negocio del petróleo. Sí, Jorge Díaz Serrano era su amigo cercano, y alguna vez éste había tendido la mano a un JLP que había quedado desempleado, pero además conocía la industria como pocos.
Destacadamente, Díaz Serrano sabía que había petróleo, mucho, en la Sonda de Campeche, y que se había engañado al presidente Luis Echeverría al respecto. Echeverría acabó su sexenio jurando que México no tenía mucho oro negro.
Se cree que nunca se le informó sobre lo que era el gigantesco depósito que eventualmente se llamaría Cantarell para evitar que cometiera locuras con esa riqueza (de ser eso cierto, no deja de ser irónico, visto lo que habría de ocurrir con López Portillo).
El paso inicial de Díaz Serrano fue certificar ante el mundo esa riqueza, que de tan súbita parecía difícil de creer. Para muchos era un ardid para ayudar a un México que atravesaba una crisis económica, la resaca de la borrachera echeverrista.
Ante la incredulidad, el flamante Director General de Pemex contrató los servicios de una de las más prestigiosas consultoras en materia de hidrocarburos (lo era entonces y hoy lo sigue siendo): DeGolyer y MacNaughton.
Con una sencilla carta que le envió la consultora texana, Díaz Serrano abrió las bóvedas de los bancos (cerradas a México por la crisis), y se lanzó a explotar Cantarell. El éxito fue impresionante. En solo dos años, México se había convertido en potencia petrolera, y un futuro brillante parecía asegurado. Para 1981, el titular de Pemex incluso era mencionado como un posible sucesor de López Portillo, que entonces se encontraba en el zénit de su poder y popularidad.
Los problemas fueron diversos, y no todos imputables al gobierno mexicano. Desde fines de 1979, la Reserva Federal de Estados Unidos empezó a subir las tasas de interés, para aplastar una inflación que alcanzaba dos dígitos. Ello hundió a ese país en una recesión, y a partir de mediados de 1981 empezó a bajar el precio del petróleo.
El modelo estaba destruido, porque México se estaba endeudando para explotar el recurso, bajo el supuesto de tasas bajas y precios altos, y no al revés. Pero López Portillo se obstinó en seguir… como ahora AMLO.
Pero, peor todavía, el dinero del petróleo se usó con excepcional largueza. El gasto público se desbocó, llevando a un creciente déficit fiscal. Subsidios para todo y todos, desde alimentos hasta gasolina… y el dólar. La obsesión con un peso casi fijo llevó a más deuda cuando el petróleo empezó a caer.
Por atreverse a bajar los precios del crudo mexicano para conservar mercados, el Presidente despidió a Díaz Serrano… y volvió a subir los precios. México perdió muchos clientes, inició una fuerte fuga de capitales casi de inmediato, y todo se financió con deuda externa de corto plazo.
En 1982 tronó el país, y la resaca duraría hasta 1990, y en cierto modo hasta hoy. López Portillo terminó como un Presidente apostador y quebrado.
Una estrategia desastrosa
El auge lopezportillista encontró a un joven entusiasta, Andrés Manuel López Obrador, trabajando con indígenas en Tabasco, un estado particularmente beneficiado por la burbuja petrolera. Desde entonces AMLO sueña con revivir el petróleo como “palanca del desarrollo”. ¿La crisis de la década de 1980? Eso fue culpa al neoliberalismo.
No hay nada de la sensatez (inicial) de su lejano antecesor. Los precios del crudo no eran altos a fines de 2018, y Pemex era ya una empresa prácticamente quebrada, con las seis plantas de refinación perdiendo dinero a raudales (por eso Peña Nieto prefirió importar gasolinas). Pero la soberanía nacional no sabe de números, y menos la soberbia personal de quien cree que nada, como perforar buscando petróleo, es ciencia.
La obsesión de AMLO es producir petróleo y refinarlo. Su visión es la de un México que produce suficiente crudo para que, una vez refinado, toda la gasolina que se necesita sea producida en el país, sin importar del extranjero una sola gota. Pemex y sus operaciones, incluyendo refinación, se harían eficientes, y ganarían dinero, gracias a que ya no habría corrupción (que iba a desaparecer como por arte de magia apenas el tabasqueño tomara posesión).
Una nueva refinería se construiría, de la nada, en tres años (lo que nunca se ha conseguido en ningún país del mundo). Todo quedaría en México: producir crudo, refinar gasolina y venderla. Los precios internacionales, bajos o altos, se harían irrelevantes a los ojos obradoristas. Se produciría gasolina mexicana barata, y por ende se podrían bajar los precios, cumpliendo la tan repetida promesa de campaña.
Para implementar semejante estrategia, López Obrador no necesitaba de realismo, sino subordinados que le obedecieran. Poner a un neófito del tema a cargo de Pemex (quien habría de ser ampliamente conocido como “el agrónomo”), pero íntimo aliado político por muchos años, demostraba su forma de operar. Con pocos conocimientos prácticos del sector, la obediencia ciega también era el atributo principal de la Secretaría de Energía.
Por lo que, tras 16 meses, Pemex se asoma al abismo. Con el petróleo incluso registrando precios negativos, lo impensable hace pocas semanas, las pérdidas de la paraestatal serán astronómicas. Con los precios de la gasolina igualmente en niveles extraordinariamente bajos, el refinar en México con pérdidas financieras es aún una insensatez más grande… como lo es continuar construyendo Dos Bocas. Proyectos financieramente injustificables en 2019 son irracionales en 2020.
Pero se sostiene la irracionalidad obradorista: producir y refinar para ignorar los precios internacionales, incluyendo aquellos bajísimos. Por ello sigue la estrategia, y se desperdició la oportunidad excepcional de recortar la producción utilizando el acuerdo de OPEP+. Y también por eso la paciencia de las calificadoras llegó a su fin, y Pemex se convirtió en un ángel caído: una empresa que pasa de tener deuda clasificada con grado de inversión a ser catalogada como basura.
La incógnita no es si la estrategia será exitosa. A Pemex la frenarán las pérdidas financieras, y los más probable es que Dos Bocas termine siendo un elefante blanco sin terminar, como lo fue la Refinería del Pacífico en Ecuador, o sea terminada muchos años después a un costo varias veces mayor, como la Abreu y Lima de Brasil.
El fracaso está fuera de duda, la incógnita hoy será el costo que el país habrá de pagar por la enloquecida apuesta de un Presidente ludópata, quien también acabará quebrado y hundido en un profundo desprestigio.
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