En semanas quedó destruido el discurso del “peso fortachón” que tanto gustaba citar a AMLO como un signo de, precisamente, fortaleza económica.
Lo que inició el coronavirus, lo ha continuado Arabia Saudita.
La baja en los precios internacionales del petróleo se transformó en desplome ante la guerra de precios desatada por el mayor exportador de crudo del mundo (el primer productor es Estados Unidos). Por el momento, aunque es demasiado pronto para saberlo con certeza, todo indica que los grandes exportadores (OPEP, por un lado, Rusia por el otro) están dispuestos a seguir con esa guerra por un tiempo indeterminado.
Dependencia fiscal del petróleo
Hace mucho tiempo que México dejó de depender del petróleo como un proveedor importante de divisas, o que una caída en su precio afectaba en forma importante al sector externo. De hecho, una caída en los precios del petróleo (y de la gasolina) es beneficioso para una balanza comercial petrolera que es deficitaria desde 2014 (en el acumulado anual desde inicios de 2015).
Durante 2019 dicho déficit ascendió a 21.2 mil millones de dólares. Una caída del precio del crudo es más que compensada por la caída en el precio de la gasolina.
Pero las finanzas públicas siguen siendo dependientes de los ingresos petroleros. En 2019, del total de ingresos del sector público, 17.7% provinieron del petróleo (si bien una caída importante con respecto al 19.1% en 2018).
No hay claridad cuántos barriles y a qué precio se adquirieron coberturas petroleras; la Secretaría de Hacienda mantiene esa información confidencial. Lo que sí se sabe es que la cobertura no cubre los 49 dólares el barril programados en la Ley de Ingresos de la Federación, sino una cantidad menor, con el remanente teniendo que ser cubierto por el Fondo de Estabilización de los Ingresos Presupuestales (FEIP), el mismo que ya fue utilizado parcialmente en 2019.
De 388.8 mil millones pesos disponibles a fines de 2018, se usaron 149.0 mil millones y hoy quedan 239.8 mil millones. Otro uso masivo del FEIP no sería bien visto por los mercados, porque implicaría prácticamente agotar el colchón fiscal que tomó años acumular.
El hecho es que el 9 de marzo la mezcla mexicana cerró a un precio de 24.43 dólares el barril, el nivel más bajo desde febrero 2016, y un colapso de 31.7% con respecto a la cotización anterior. El promedio de dicho precio durante 2019 fue de 55.63 dólares.
Desplome del peso
El peso presentó un claro desplome en las últimas dos semanas, con el tipo de cambio interbancario pasando de 18.568 pesos por dólar el 19 de febrero de este año a 21.179 el 9 de marzo, una caída de 2.61 pesos y equivalente a 14.1%. Es, además, el nivel más bajo registrado desde enero de 2017, y la caída del 9 de marzo (de 5.3%) es la más grande registrada desde el día en que ganó la elección presidencial estadounidense Donald Trump (8.5%).
La fuerte caída revirtió una clara y larga tendencia al alza por parte de la moneda nacional evidente desde principios de septiembre, prácticamente ininterrumpida desde los inicios de diciembre. Lo que parecía una racha que llevaría al peso incluso a rozar las 18 unidades por dólar quedó anulada.
En los últimos dos años se habían observado dos caídas similares: en los meses anteriores a la elección de julio 2018, ante la clara ventaja electoral de López Obrador, y, entre octubre y diciembre del mismo año, después del anuncio de cancelación del aeropuerto de Texcoco por parte del entonces Presidente Electo, pero ninguna de ellas había sido tan pronunciada.
En semanas quedó destruido el discurso del “peso fortachón” que tanto gustaba citar a AMLO como un signo de, precisamente, fortaleza económica.
La obsesión de la deuda
No debe esperarse que el conjunto de problemas que han causado desplome de petróleo y peso desaparezcan pronto. Como se mencionó, la guerra petrolera desatada por Arabia Saudita puede durar largo tiempo, mientras que una pandemia global del COVID-19 probablemente causará una desaceleración global importante.
Sin una relajación del déficit público significativa, como hizo la administración de Felipe Calderón en 2009, la economía mexicana puede tener un claro crecimiento negativo en 2020, una mala continuación del -0.1% registrado el año pasado. El problema es que mayor déficit implica más deuda, algo que López Obrador ha rechazado en forma tajante.
El Presidente vivió como adulto (ya en su cuarta década de vida) la crisis de la deuda de 1982-90. Con la rigidez intelectual que muestra normalmente AMLO, es imposible explicarle que en esa década la deuda era muy alta en dólares, igual que las tasas de interés internacionales. Hoy la deuda es en su mayoría en pesos, y las tasas nacionales no tan altas (realmente muy bajas en comparación con la década de 1980), y las internacionales enfiladas hacia cero. Esto es, prácticamente conviene endeudarse. Es muy improbable que lo entienda, y que permita a la Secretaría de Hacienda actuar en consecuencia.
Por otra parte, la caída en el precio del petróleo representa un duro golpe para Pemex, que tiene coberturas que cubren solo el 15% de su producción. Las astronómicas pérdidas financieras anunciadas en días recientes por la empresa amplían la posibilidad de una rebaja de calificación de su deuda, que sin duda golpearía (más) a la confianza de inversionistas y al peso.
Estas pérdidas se ahondarán más si no se sacan de la producción ciertos campos petroleros, cuyos costos son superiores a 30 dólares el barril. Es improbable que ello ocurra con una empresa obsesionada (porque así lo está el Presidente) con producir lo más posible de crudo, cueste lo que cueste, y refinar gasolina, cueste lo que cueste. Una estrategia que financieramente era suicida en 2019, con mayor razón lo es con una guerra comercial petrolera que tira los precios en 2020.
La primera crisis
A todo ello, por supuesto, es importante agregar una incógnita: el impacto que tendrá el coronavirus en México. Nada indica que la administración esté preparándose para ello, sino más bien presentando una fachada optimista que no tiene realmente sustento alguno, ofreciendo que se hará la compra necesaria de materiales y medicinas, cuando incluso hacerlo ahora ya es demasiado tarde.
Todo muestra que el gobierno obradorista está claramente poco preparado (siendo optimistas) para enfrentar su primera crisis económica, lo que causará que esta sea más larga y profunda. No se tomarán las necesarias medidas correctivas, sino que se mantendrá el rumbo de la política fiscal (claramente inadecuada), petrolera (suicida) y en materia de salud (igualmente suicida).
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