La perversa ortodoxia de AMLO. (Arena Pública)


El presidente López Obrador da abundantes señales de que no alterará su conservadurismo fiscal. No hay nada que permita argumentar que el gobierno se prepara para enfrentar lo que será su primera crisis económica.


El presidente López Obrador en conferencia de prensa matutina. (Foto: lopezobrador.org.mx)
El presidente López Obrador en conferencia de prensa matutina. (Foto: lopezobrador.org.mx)
Donald Trump anuncia un plan de estímulo a la economía estadounidense por 850 mil millones de dólares, monto equivalente a 66.2% del PIB de México durante 2019. El paquete para ayudar a negocios que enfrentan problemas, o incluso colapso, por el coronavirus en el Reino Unido ascendió a 350 mil millones de libras esterlinas (425 mil millones de dólares). De Alemania a Nueva Zelanda, y de Arabia Saudita a Hong Kong, la respuesta ha sido contundente: dinero a raudales para tratar de amortiguar lo que se avizora como un desplome económico.
Dependiendo del país, igual se reduce o posterga el pago de ciertos impuestos que se solicita a los bancos estatales otorgar créditos, se perdona el pago por cierto tiempo de hipotecas. Y, por supuesto, están las inyecciones directas de gasto público para estimular la economía. Trump habló incluso de repartir dinero (vía cheques) a los contribuyentes estadounidenses en forma directa (alrededor de 1,000 dólares por cabeza).

2008-09, la secuela

La respuesta de política económica no es nueva: es una reproducción de lo hecho en 2008-09 cuando estalló la Crisis Financiera Global. Los bancos centrales también están siguiendo el guion ya conocido de relajar la política monetaria. Esto es, menores tasas de interés para tratar de estimular inversión y consumo, empujando el dinero a circular más. La abrupta reducción por parte de la Reserva Federal, anunciada en domingo, fue de un punto porcentual, y llevó las tasas de interés a niveles de cero.
Pero la política monetaria no puede hacer tanto, y menos en un ambiente de impresionante incertidumbre en que los índices accionarios reflejan claramente el abismo al que se asoman muchas empresas. Menos todavía cuando los niveles nominales de dichas tasas ya eran extraordinariamente bajos. Sí, se puede ir debajo de cero, pero no mucho más. La caja de herramientas de los bancos centrales luce casi vacía, y en cambio la llave fiscal puede soltar cantidades ingentes de dinero sin problemas. Sin duda, eso se reflejará en abultados déficits y crecientes deudas. Por otra parte, endeudarse a tasas de interés cercanas a cero no es precisamente un mal negocio para un país.
México, en cambio, va a contracorriente. Hasta el momento Banco de México no ha alterado su tasa de interés. Y, sobre todo, el presidente Andrés Manuel López Obrador da abundantes señales de que no alterará su conservadurismo fiscal.

Banxico no sale de su calendario

La próxima decisión de política monetaria está anunciada para el 26 de marzo. Un rompimiento del calendario sería inusual, aunque poco sorprendente en tiempos que destacan por inusuales. Con la tasa de interés en 7.00%, no puede argumentarse que no exista margen para una reducción que tenga cierto impacto. A diferencia de muchos bancos centrales, Banxico sí cuenta con un margen holgado para moverse hacia abajo.
¿Por qué no lo ha hecho? Probablemente porque hay otra variable clave que debe tomar en cuenta: el tipo de cambio. La fortísima depreciación de semanas recientes ha llevado al peso a mínimos históricos frente al dólar, y no se ve que exista un techo (o piso) claro. En situaciones de tal incertidumbre, una baja significativa en la tasa de interés puede llevar a (mayores) salidas de capital, y con ellas mayor caída del peso.
Banxico no tiene meta cambiaria, pero sí el mandato constitucional de tener una inflación baja y estable. Un peso mucho más débil puede llevar a una subida en la inflación. Puede argumentarse, con razón, que la contracción económica que ya se espera ocurra en 2020 traerá consigo presiones deflacionarias. El hecho es que hasta el momento el banco central ha optado por no mover ficha. Sin duda es relevante en el ámbito de la política económica, pero mucho más la ortodoxia fiscal de AMLO.

Tirria al déficit y la deuda

López Obrador detesta el déficit público y su consecuencia natural: la acumulación de deuda. Ya durante su primer año de gobierno mostró que no le tiembla la mano para reducir gasto, cortar programas y despedir empleados federales. La caída en el gasto público fue uno de los factores que explica la contracción económica de 2019, pequeña, pero la primera en una década. La prioridad obradorista es clara: reducir déficit y deuda, literalmente cueste lo que cueste en términos económicos (y humanos).
No es algo que se vislumbre que vaya a cambiar. En días recientes, el Presidente comentó que su administración se “apretaría el cinturón” en caso de ser necesario… para reducir la relación deuda/PIB, cifra que se ha convertido en uno de sus parámetros favoritos. Es de suponerse que se le explicó que, si el peso se deprecia, ello “aumenta” la deuda expresada en pesos (la deuda denominada en moneda extranjera al ser convertida en moneda nacional). Si a ello se agrega un menor PIB, entonces se incrementaría el número deuda/PIB, incluso aunque la deuda no aumentase en lo más mínimo.
Lo de “apretarse el cinturón” al parecer lo expresó considerando que, entonces, el sacrificio sería del gobierno, no de las personas, sin entender el golpe a la economía que ello implicaría. Anunció también que un “estímulo” es que no se aumenten los impuestos, y la baja en el precio de la gasolina ante el desplome en el precio del petróleo. Además, que los empresarios Carlos Slim y Alberto Bailleres anunciarán planes de inversión. No hay nada que permita argumentar que el gobierno se prepara para enfrentar lo que será su primera crisis económica.
No deja de ser paradójico que un hombre que se coloca en la izquierda en el espectro ideológico muestre un conservadurismo fiscal digno de un estadounidense Republicano anterior a la era de Ronald Reagan. Sin duda mucho se explica por haber vivido, como millones, la crisis de la deuda durante la década de 1980, pero con todo, su rigidez mental es extrema… y costará muy cara a la economía nacional y a muchos mexicanos que perderán empleo e ingresos. En ese sentido, el tabasqueño no es un Bernie Sanders, menos todavía un Donald Trump, sino un Herbert Hoover.
La ironía final de todo ello es que es improbable que los mercados aplaudan semejante conservadurismo fiscal. Es casi imposible que AMLO logre “apretar el cinturón” lo suficiente para cerrar el agujero que abrirá en las finanzas públicas el colapso del precio del petróleo (porque las coberturas petroleras no cubren la totalidad del precio presupuestado) y una dura recesión que traerá menos ingresos. Y, por supuesto, está el hecho de que un precio del petróleo colapsado hunda la calificación crediticia de Pemex… y con ello la correspondiente al Gobierno Federal. Sería la paradoja final para un conservador fiscal obsesionado con la deuda.

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