López Obrador fue el que colgó esa rueda de molino al cuello de la economía, y que hundirá a México. Su nacionalismo ramplón, obstinación en volver a una era dorada que nunca existió, ha demostrado ser un desastre con las más recientes cifras de Pemex. Lo que el Presidente sueña como un pilar de la soberanía nacional es una pesadilla con un costo astronómico.
Porque AMLO no repara en gastos tratando de cumplir sus visiones guajiras (aparte de que el dinero no es suyo). Los expertos le habrían dicho que sus ideas eran una locura, y por ello mejor optó por gente completamente ignorante del tema petrolero, y financiero, para dirigir la paraestatal. El criterio, como suele presumir, no fue capacidad, la clave fue la cercanía personal y absoluta lealtad. El agrónomo que dirige Pemex no hace sino repetir fielmente la estrategia marcada por su jefe, y el resultado es un tsunami de tinta roja en los balances financieros.
Nada menos que 35 mil millones de dólares de pérdida el año pasado. En un solo año, dos veces lo que hubiera costado en su totalidad el Nuevo Aeropuerto Internacional de México. Esto buscando producir mucho más chapopote y aparte fracasando en el intento. Además de tratar de refinar mucha más gasolina, y con trabajos manteniendo los niveles heredados. Ciertamente, el gobierno recibió una pésima herencia con Pemex, pero la empresa estaba ya situada en el camino correcto: achicándose en tanto se abría el camino a la inversión privada. Con respecto a refinación, la estrategia era dejar de perder dinero a carretadas (lo que hace Pemex Refinación) y en cambio importar.
Pero el Presidente se enrolló en la bandera. Le pareció inaudito que un país petrolero importe gasolina, y dejar de hacerlo lo convirtió en meta sexenal. Empresas internacionales expertas en la materia le notificaron que no aceptaban liderar el proyecto de construir una refinería que pudiese transformar 340 mil barriles de crudo pesado al día, al costo de ocho mil millones de dólares, y a un plazo de tres años. Que cumplir con las tres condiciones era imposible, pero el Presidente es un mesías que cree que puede transformar el agua en vino, o en este caso el petróleo en gasolina.
AMLO dijo que claro que se podía hacer Dos Bocas con las condiciones establecidas, y le encargó el proyecto a Pemex, una empresa que no había hecho algo similar desde mediados del sexenio de otro López petrolero (López Portillo). Sexenio que terminó en un desastre.
Es probable que se repita la historia. Porque la sangría financiera de Pemex y su fracaso en materia productiva llevarán a que la empresa pierda el valioso 'grado de inversión', para pasar en cambio a lo que se conoce popularmente como 'grado basura'. Será lo que en términos de los mercados financieros internacionales se conoce como un 'ángel caído'. Fondos de inversión que por regla no pueden tener en sus portafolios deuda basura, venderán los bonos de Pemex como precisamente eso.
El impacto a la confianza nacional e internacional será mayúsculo, golpeando al peso e inversiones. El efecto contagio puede llevar a una degradación de la deuda soberana (la emitida por el Gobierno Federal), deprimiendo (más) las perspectivas de crecimiento futuro.
Por supuesto, es de esperarse una contundente respuesta por parte del Presidente: que las calificadoras de deuda son unas agencias neoliberales que solaparon la corrupción de sexenios anteriores. Esto mientras se sigue dando de tiros en el pie.
0 Comentarios