Andrés Manuel López Obrador es un asesino por acción u omisión, uno que en estos días destaca por ser un brutal feminicida. Lo que el Presidente muestra es un odio a los seres humanos solo aparejado con el amor que muestra por sí mismo. Entre los millones de mexicanos que gobierna desde hace 15 meses, destacan dos grupos particularmente golpeados: mujeres y niños, particularmente aquellos que se encuentran en la mayor pobreza.
AMLO muestra una y otra vez la frialdad del dictador, el convencido de que hace el bien, aunque los muertos, enfermos, secuestrados, extorsionados o dañados en una u otra forma por sus acciones o la falta de ellas, se apilen ante sus ojos. Un sociópata es una persona que no muestra empatía por otros ni remordimiento por sus actos. A ello hay que agregar el narcicismo que caracteriza al tabasqueño, que en una de las ironías más crueles se ha descrito a sí mismo como “humanista”. Aunado al inmenso poder que ha conseguido aplastando a buena parte de los controles y contrapesos del Poder Ejecutivo, el resultado es terrorífico.
De por sí, la sociedad mexicana lleva años endureciendo su piel ante la violencia. Son los casos más extremos, crueles, los que hacen noticia en un país en que hay un homicidio doloso cada 15 minutos (el promedio en 2019). Son esos casos que despuntan en el mar de sangre y dolor los que llegan a los oídos presidenciales en la mañanera. Y son los que reciben abiertamente el desdén obradorista. El asesinato de Ingrid Escamilla recibió como comentario que no deseaba que los feminicidios opacaran ese proyecto que tanto esfuerzo le ha demandado: la “rifa” del avión presidencial. Por favor, que la atención de los mexicanos siga en la pista del circo que el Presidente ha diseñado con tanto detenimiento (en su afán de superar el ridículo de no poder vender un aparato arrendado). La ciudadanía no debe distraerse con cuestiones como una mujer que fue muerta y desollada por su pareja. Y, por favor, si van a protestar, que no anden pintarrajeando Palacio Nacional.
El secuestro y asesinato de una niña de siete años produjo una respuesta más analítica por parte del Presidente. Las largas décadas de ese “neoliberalismo” que tanto detesta llevaron a una “crisis de valores”, que causa asesinatos tan arteros como los de Fátima. La marca clásica de AMLO: la culpa no es mía. Como ya se está combatiendo el crimen gracias a esa estrategia de no perseguir criminales, sino de ofrecerles abrazos, el problema quedará eventualmente solucionado. Es el clásico del inquilino de Palacio: un diagnóstico erróneo y una solución simple que es tan equivocada que empeora aquello que se busca solucionar.
A los ojos presidenciales, todo es un costo inevitable de la (cuarta) transformación que encabeza. Si el día de ayer la Fundación de Cáncer de Mama anunció que ya no dará atención gratuita a miles de mujeres porque el convenio que tenía con el Seguro Popular no se hizo extensivo con el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI), simplemente hay que entenderlas como víctimas colaterales en ese cambio que llevará a que México tenga un sistema de salud escandinavo.
El Presidente está tan obnubilado por lo que cree de sí mismo, y su gobierno, que ni siquiera por razones egoístas (ser ese líder histórico que tanto ambiciona) entiende lo errado de su estrategia, en tanto su círculo cercano le aplaude y justifica. El feminicida de Palacio se ve en el espejo y sonríe al encontrar a un humanista.
0 Comentarios