La obsesión lopezobradorista con la energía puede acabar dañando gravemente al país.
La respuesta presidencial ante el grave atentado en las instalaciones petroleras sauditas fue contundente: no subirá el precio de las gasolinas en México.
Es imposible saber lo que tardará en reponerse la capacidad de producción afectada, aunque al parecer no pasará de algunas semanas. Pero no hay seguridad al respecto, y ante la incertidumbre debería imperar la prudencia. El presidente López Obrador, como todos, ignora lo que ocurrirá en los mercados internacionales de petróleo. No importa, fue firme (imprudente) en su compromiso.
Es el mismo Presidente que jugó con cerillos y huachicol. Llevó a buena parte del país a un desabasto de combustibles en una batalla que debió saber no podía ganar, al menos no en forma rápida y menos con una estrategia improvisada. Entendió, tardíamente, que no podía doblegar a bandas organizadas y sofisticadas a base de bravuconadas en las mañaneras.
El sabotaje a los ductos que reabría, tras cerrarlos para tratar de reducir el robo, representó un reto al Estado… que sacó una bandera blanca (que no pañuelo blanco). Como le aconsejaron al presidente Lyndon Johnson hacer en Vietnam: declare victoria y retírese. Hasta el día de hoy la (ficticia) narrativa oficial es que el robó de huachicol casi se eliminó por completo (en 94%).
Hay otra narrativa igualmente ficticia sobre los precios de la gasolina. Si una escucha lo que el Presidente declara una y otra vez, la gasolina solo ha subido “en términos reales”, esto es, con la inflación.
En otras palabras, un precio casi fijo en términos nominales, puesto que el incremento promedio de los precios acumulado entre enero y agosto de 2019 asciende a 0.63%. Esto es, por ejemplo, si a fines de 2018 un litro de gasolina magna costaba 18 pesos, en estos momentos su precio debería ser alrededor de 18.11 pesos.
La realidad es diferente: los precios de las gasolinas han subido y bajado debido a variables como el tipo de cambio y los precios internacionales, esto es, como en el último tramo del gobierno peñista.
De hecho, AMLO podría presumir que el precio de la gasolina desde que tomó posesión se ha reducido en términos reales en la mayoría de los meses (con la excepción de marzo de este año). Aparentemente se aferra a la narrativa del aumento en términos reales sin siquiera conocer los datos que, en esta ocasión, claramente favorecen su mensaje.
Fuente: Instituto de Información Estadística y Geográfica de Jalisco.
Pero el mensaje es peligroso en un contexto como el actual. Una subida de precios internacionales solo podría compensarse vía política pública con una reducción en el IEPS a la gasolina que recibe el Gobierno Federal. La caída en la recaudación impositiva que ello implicaría solo podría compensarse con un mayor déficit o un recorte en la misma magnitud del gasto público.
En un extremo improbable, el IEPS se volvería negativo, esto es, un subsidio directo a la gasolina, como el que existió por varios años hasta 2014, y que representó una carga elevada para las finanzas públicas.
Ya se sabe que el Presidente no le gustan los déficits fiscales elevados, y menos todavía el endeudamiento público. Probablemente la respuesta para compensar una baja en el IEPS sería (más) recortes al gasto, lo menos adecuado en una economía que bordea la recesión.
No deja de ser irónico que el gobierno de un Presidente que prometió en sus largos años de campaña bajar el precio de la gasolina (compromiso luego transformado a no aumentar el precio) esté logrando hasta el momento una recaudación casi histórica del IEPS a las gasolinas.
Hasta el mes de julio el flujo acumulado alcanzaba 170.4 mil millones de pesos, marginalmente abajo del alcanzado en el mismo periodo de 2016. Es la recaudación (este año o en cualquier otro del sexenio) que peligraría por la imprudente promesa de no subir los precios más que con la inflación.
Fuente: SHCP y Pemex.
El Presidente plantea, por ello, un juego peligroso, como con el huachicoleo, con los hidrocarburos. A estos se agrega el que ejecutó al pelearse con las gaseras, dañando la reputación del país como destino de inversiones y su respeto a los contratos ya establecidos.
Una de las numerosas paradojas de la administración obradorista es que la obsesión con la energía puede acabar dañando gravemente al país.
@econokafka
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