Grito, el de una madre con un niño con cáncer a la que se le informa que la quimioterapia se interrumpe por falta de medicamentos.
Grito, el de una mujer golpeada que ya no tiene albergue en el que pueda refugiarse del infierno que habita.
Gritos de todos los despedidos del gobierno federal, muchos con décadas de servicio y sin siquiera recibir las liquidaciones correspondientes por ley.
Grito, el de un padre por el asesinato de su hijo que estuvo en el lugar y momento equivocados: en medio de una balacera.
Grito, el de una madre al ya no tener una estancia infantil en la cual dejar a su hija y así poder seguir trabajando.
Grito, el de un pequeño empresario que acaba de abrir su negocio, y al que llegan a cobrarle derecho de piso para que no enfrente “problemas”.
Gritos por todos aquellos cercanos a los muertos por dengue que no habrían contraído la enfermedad de existir la prevención habitual.
137 gritos por aquellos que fallecieron en Tlahuelilpan el 18 de enero, o habrían de morir en los días siguientes por sus heridas, aparte de los gritos de todos sus seres cercanos.
Gritos de los científicos y becarios del Conacyt ante los recortes presupuestales a sus instituciones, proyectos y becas.
Gritos por parte de los migrantes ilegales, inicialmente recibidos con los brazos abiertos, pero, ante el ultimátum de Trump, ahora tratados como indeseables.
Grito, el de un enfermo de VIH al ser informado que no se le surtirá el medicamento que necesita para mantenerse con vida.
Gritos de todos aquellos que se ven forzados a entregar un soborno a un funcionario de una administración que presume que no tolera la corrupción.
Gritos de aquel que sufre directamente y aquellos que, ansiosos, esperan un desenlace que no acabe en tragedia, un secuestro.
Futuros gritos de los hoy estudiantes que serán educados (es un decir) por la CNTE, y que verán su vida perpetuada en la pobreza y marginación.
Gritos de todos los deportistas que vieron afectado su entrenamiento y desempeño ante la reducción o cancelación de sus apoyos.
Gritos por la selva que será destruida para abrir paso a un tren.
Gritos de todos los médicos y enfermeras de los que se espera que compren, de su bolsillo, aquellos medicamentos que el gobierno no surte.
Gritos de aquellos a los que un asalto ha despojado de una parte de su patrimonio, y quizá causado un daño físico y mental.
Gritos por la prosperidad perdida ante la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México en Texcoco.
Gritos de todos aquellos que promovían el comercio, la inversión y el turismo en México, al ver sus esfuerzos despreciados y oficinas cerradas.
Gritos de todas las mujeres que sufrirán (y muchas morirán de) cáncer de mama o cervicouterino debido a la falta de pruebas de detección.
Gritos por los manglares destruidos para abrir espacio a la futura refinería de Dos Bocas: naturaleza a cambio de una coladera para el dinero de los contribuyentes.
Gritos de los familiares de aquellos que simplemente estaban un día y jamás regresaron, engrosando la larga lista de desaparecidos.
Gritos pidiendo que se surta, lo antes posible, metotrexato.
Gritos por una inversión pública que se canaliza en forma preferente a otro agujero negro de las finanzas públicas, Pemex, en un inútil intento por aumentar considerablemente reservas y producción de crudo.
Gritos porque se ofreció un México extraordinario y utópico, fuente de riqueza y bienestar, y que en cambio se degrada en mayor polarización, crimen, enfermedad y muerte.
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