A Hugo Chávez le encantaba celebrar el día en que había dado un fallido golpe de Estado. Ahora México tiene un megalómano parecido, ansioso por conmemorar la fecha mágica en que el pueblo le entregó la presidencia de la República.
El evento de Tijuana fue un adecuado preámbulo para el próximo homenaje a la egolatría lopista, entonces era un supuesto acto de unidad nacional ante Donald Trump, ahora se trata de una especie de informe de gobierno con una multitud a modo.
Andrés Manuel López Obrador no necesita pretextos para convocar a las masas. Ahora será presentar su verdad en torno a la economía nacional. Porque el PIB crecerá dos por ciento o más, la creación de empleos sube, el crimen baja, y así muchas otros sucesos maravillosos. Poco importa que las fuentes oficiales presenten números que no empatan con esos dichos. Ya se sabe: el presidente es rey de los “otros datos”. Es el único habitante de esa realidad alterna que comparte cada mañana. Cuando se estrella ante una pared, se lanza de nuevo. La necedad es su estrategia, el “me canso, ganso” su grito de guerra.
El primer día de julio alcanzó ese sueño que persiguió por tres sexenios. No tiene importancia que este año caiga en lunes, una fecha tan trascendente es inamovible. No sería sorprendente que en un futuro cercano se proclame dicha efeméride como algo extraordinario en el calendario de la República (¿Día de la Democracia?) y se instituya como feriado obligatorio. Porque ese día millones de votantes lograron derribar al fraude electoral y defenestrar a la mafia del poder. En esa fecha inició una nueva etapa en la Historia (con mayúscula) de México, un periodo comparable con la gesta de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución. Por ello se celebrará cuando corresponde.
Sin preguntas potencialmente incómodas o gráficas que no reflejan plenamente sus dichos, desde ese templete que prefiere en lugar del escritorio presidencial, López Obrador presentará a esa multitud que lo vitoreará hasta enronquecer las mágicas cifras de esa cuarta transformación.
Será apoteósico, porque el país se encuentra claramente en el camino del bienestar. Primero, claro, los pobres, son los beneficiarios de esas políticas públicas que a la par arrasan con la corrupción y llevan el dinero público a los más necesitados. Nada de recursos etiquetados, reglados, con engorrosos procesos burocráticos. El dinero sí tiene una etiqueta, aunque no se despliegue: 'AMLO'. Y tiene destinatarios claros: una clientela política cuya fidelidad será comprada una y otra vez.
Ajenos al festejo estarán las víctimas colaterales de esa generosidad presidencial. Los niños sin quimioterapias, los adultos sin retrovirales, las mujeres violentadas sin albergues, las madres e hijos sin estancias infantiles, los funcionarios despedidos o los niños de nuevo forzados a llevar clases con 'profesores' de la CNTE. Otros ausentes serán aquellos que ahora deben pagar su medicina o consulta médica en el sector privado o los muertos por fallas en la prevención del dengue.
La fiesta del ganso será en realidad el homenaje a un megalómano y su cadena de irresponsabilidad e ineptitud, de un proyecto de gobierno improvisado que llevará, con suerte, a una caída del crecimiento y en el peor escenario a una fuerte crisis. Será la celebración de un desastre que ya suma numerosas vidas destrozadas, y muchas más que se acumularán con los años, y que no tienen ni tendrán nada por celebrar en esa u otra fecha.
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