Una cosa es terco, otra es necio. López Obrador es lo segundo. Una tremenda virtud como político de oposición, en la campaña y sobre el templete, fue su simplicidad. Igual dice barbaridades, pero la gente le entiende, se identifica. Pero AMLO no simplifica una idea buscando que se le entienda, sino que así la procesa, absorbe y comunica.
Por eso el exitoso político de oposición mutó en pésimo Presidente. Porque sus ideas y soluciones ante problemas complejos son tan sencillas como erróneas. Cuando entra en juego la necedad, el resultado es un desastre. Porque si la realidad no produce el fruto que espera, peor para la realidad. AMLO es el científico que repite decenas de veces un experimento esperando un resultado diferente. Carece de la humildad de reconocer el error, de la autocrítica que lleva a retroceder y de la inteligencia para diseñar o buscar un camino diferente. Lo suyo es la política del necio, además sin los frenos y contrapesos gracias a su arrollador triunfo electoral.
El candidato López Obrador no hizo promesas fantasiosas pensando “cuando gané haré algo diferente”. Las hizo porque genuinamente creía que sus simplismos eran soluciones. Inseguridad, corrupción, pobreza, bajo crecimiento… para todo tenía respuesta. Mucho de lo que ofrecía giraba en torno a su persona: yo seré honrado, por lo que nadie robará (corrupción resuelta), los criminales responderán ante mis abrazos y no balazos (se acabó la inseguridad), sin corrupción el dinero público alcanzará para financiar mis programas (se reduce pobreza). Esos abundantes dineros públicos dinamizarán a un sector privado que invertirá gracias a que no hay crimen o corrupción. Presto, bienestar para todos.
Al simplismo necio el Presidente agrega otro ingrediente letal: el rencor. Quizá incluso cuando pertenecía al PRI, López Obrador se sintió un político de oposición, para después serlo a plenitud. Durante por lo menos tres décadas cultivó el rechazo al 'neoliberalismo' y sus representantes. A ello se agregó el golpe de la derrota de 2006. Hasta el día de hoy el Presidente batalla contra ese resultado adverso, como si pudiera corregir esa historia.
Ese rencor se condensa en polarizar. De nuevo, una estrategia que funcionó como candidato y es un desastre como Presidente. Toma de nuevo el templete, pero esta vez en Palacio Nacional. En muchas de esas mañaneras se burla, presenta enemigos y ejerce juicios sumarios.
Un ejemplo destacado de la conjunción necedad-rencor es el abortado aeropuerto de Texcoco. Su alternativa pomposamente denominada el Sistema Aeroportuario Metropolitano será una catástrofe por mantener un aeropuerto desbordado, por construir un capricho cuyo costo se desconoce (Santa Lucía) y que no puede complementarlo (a menos que realmente los aviones se repelan unos a otros), aparte de una terminal que no puede aportar mucho (Toluca). Esto al tiempo que se tiraron a la basura miles de millones de dólares y se hirió la confianza de inversionistas. Más de siete meses después, el fantasma de Texcoco persigue a AMLO, y así será el resto de su gobierno.
Porque no resucitará el proyecto, al contrario, ya busca literalmente hundirlo bajo el agua. Es el rencor contra un proyecto que no es suyo y la necedad de creer que sus ideas son mejores. Ese binomio necedad-rencor será uno de los principales factores que malogrará al gobierno obradorista, y de paso a México.
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