México tiene un presidente fuera de serie: Andrés Manuel López Obrador. Esa excepcionalidad es múltiple: sus ideas económicas rompen con el consenso de décadas, tiene una política de comunicación intensa y constante con el pueblo (las mañaneras, destacadamente), pero además es honrado y austero.
Porque un peso mal habido nunca ha transitado por su bolsillo. Con toda la razón lo presume: es incorruptible y encabeza una administración impoluta. Si hay alguna ratería es porque no la ha detectado, porque esas prácticas ya no son toleradas. Una escoba blandida con firmeza barre cada día las escaleras de arriba para abajo.
Algunos no lo entienden. No pueden comprender que un hombre que anduvo en campaña por 14 años a lo largo y ancho del país haya podido llevar una vida perfectamente desahogada, manteniendo sin problemas a una familia amplia. Porque escribía muchos libros (aunque a veces aclaraba que realmente no venían de su puño y letra). Esas enormes regalías llegaban directamente a su bolsillo, aunque por mucho tiempo no tuvo ni cuenta bancaria, menos todavía una tarjeta de crédito. Que luego no declarara esas cantidades en su 3de3 es irrelevante.
Porque es un hombre que sólo lleva 200 pesos en la cartera, y cuyo austero manejo financiero es tal que ese dinero es como si se multiplicara. Hoy ese fabuloso modelo se aplica a nivel federal: más trabajo (ahora hasta los sábados), menos sueldo y, claro, honradez. Los exburócratas fifís que llegaban al gobierno buscando un salario competitivo y prebendas (o hacer transas) ya están fuera o eventualmente serán despedidos. El que cobra menos es más honrado, AMLO lo demuestra en su persona.
El presidente, por ello, puede asignar dineros y contratos sin problema. Su ojo infalible encuentra a la empresa más honesta, y su dedo le entrega vía asignación directa lo que antes tomaba un largo proceso. Lo mismo con empresarios en lo individual, varios de los cuales son parte de su círculo de asesores. Por eso el Congreso le permitirá que los recursos que se ahorren gracias a esa pureza presupuestal sean reasignados por el titular del Ejecutivo con total libertad. No hacen falta trámites engorrosos cuando se tiene un dedo impoluto.
López Obrador no sólo irradia honestidad, la contagia. Sí, tiene colaboradores que en el pasado fueron acusados de corruptos, con algunos pisando cárcel, otros huyeron del país. Hoy ostentan importantes cargos porque el presidente confía en ellos, han sido purificados. Pareciera que recursos del erario entregados de tal forma (esquemas opacos o personas con antecedentes cuestionables), pueden perderse en cuentas privadas, pero no será así.
El esquema cuadra: Palacio Nacional transformado en el Castillo de la Pureza. Porque el andamiaje institucional es AMLO, el país no requiere más. Sería una pesadilla imaginar que esa estructura basada en una sola persona fuese mentira, pero México tuvo la impresionante suerte de encontrar a la honradez hecha hombre.
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