Culiacán no es el principio, es la continuación de un gobierno fallido.
Será un símbolo, un parteaguas, sin duda: el Estado rindiéndose con rapidez, aceptando que no puede lidiar con lo que desató. Fue evidente ante los mexicanos y el mundo que, en cuestión de violencia, el gobierno no tiene el monopolio que debería ejercer por ley, sino que en una competencia pública fue derrotado con rapidez. Lo que quedó en evidencia fue una administración federal débil y profundamente desorganizada, con el resultado siendo ineptitud con pocos paralelos.
Gravísimo, pero parte de un cuadro más amplio y complejo, porque el régimen de Andrés Manuel López Obrador ha resultado fallido en otros frentes, tan importantes como la seguridad ciudadana.
Nunca en su historia contemporánea el país había experimentado tal novatez presentada pomposamente como proyecto de nación. Tras 14 años de campaña, el tabasqueño sentía que contaba con las respuestas para proyectar a México con éxito hacia el futuro, emprender nada menos que una cuarta transformación. Sin modestia alguna, anunciaba que esperaba ser el mejor Presidente en la historia de México. Posaba, orondo, junto con los retratos de Juárez, Madero y Cárdenas. El mensaje era claro.
La arrogancia mezclada con ignorancia deviene en incompetencia. El Presidente está tan convencido de su diagnóstico y lo necesario para corregir los problemas nacionales que no escucha: lo que demanda es subordinación para ejecutar sus órdenes, no asesorías o cuestionamientos. Por ello ante la renuncia de un Carlos Urzúa mostró tal indiferencia. No solo le importan poco que algunos se bajen de su barco (simples marineros cuando él maneja el timón), además carece de contrapesos institucionales, pues una de las características de su presidencia fallida ha sido neutralizarlos o destruirlos.
La destrucción institucional
El aplastante mandato de las urnas borró a la oposición política. Los partidos tradicionales por décadas fueron, para efectos prácticos, eliminados.
No es algo nuevo, de hecho, representó un regreso a un pasado que todavía muchos recuerdan: el Presidente como pilar central, el partido político como su correa de transmisión. Solo que ya no se llama PRI, sino Morena. López Obrador, militante en su juventud y temprana adultez del tricolor, finalmente diseñó al hijo que habría de matar al padre, en buena parte engullendo sus restos.
Plutarco Elías Calles logró amalgamar a las facciones revolucionarias bajo un techo; AMLO arrasó gracias a que tuvo un excepcional jefe de campaña en Enrique Peña Nieto. Interpretó el mandato de las urnas como una chequera en blanco, y no ha titubeado en actuar para construir un autoritarismo demagógico.
La regresión va mucho más allá de tener (de nuevo) un partido dominante. Los últimos presidentes emanados del PRI en el siglo XX, Salinas y Zedillo, sintieron la presión (o tuvieron el imperativo personal) de usar la mayoría legislativa priista para impulsar una democratización del país y fortalecimiento de instituciones (de la Suprema Corte de Justicia al Instituto Federal Electoral, entre otros).
La Unión Soviética se había derrumbado, junto con su imperio en Europa del Este; en América del Sur un bloque de dictaduras abrió paso a democracias. Sostener la excepcionalidad autoritaria mexicana (por más que el Presidente cambiara cada seis años) era complicado, a la par de crecientemente menos aceptable para una población desencantada por las crisis económicas en las décadas de 1980 y 1990.
A diferencia de sus predecesores, AMLO no tiene pudores democráticos. Su derrota de 2006 lo llevó a coquetear con el golpismo, y al ridículo de proclamarse “Presidente Legítimo”, lo que llevó a una derrota más clara en 2012. Retomó el lenguaje de la democracia electoral porque comprobó que lo necesitaba para llegar al poder. Con el objetivo alcanzado, y con creces, ya puede desecharlo sin problemas.
Los legisladores morenistas son, como sus antecesores priistas, fieles levantadedos, aprobando lo que les presenta su líder. La Suprema Corte va encaminada a convertirse en valedora de aquello que se apruebe en el Congreso, cerrando la pinza del autoritarismo obradorista. La destrucción institucional tomará años en recuperarse.
La destrucción del crecimiento económico
Sin confianza no hay inversión, sin inversión no hay crecimiento económico y sin crecimiento económico no hay un incremento en el bienestar de la población (en forma de más empleos y mejores salarios). La fórmula es simple, aplicarla muy complicado; los caprichos obradoristas van en sentido contrario: desviar recursos públicos para financiar proyectos de largo plazo, intensivos en capital y sin potencial financiero (refinería, tren maya, probablemente el aeropuerto de Santa Lucía).
Esto al tiempo que se cierra el paso a inversión privada en un sector importante (energía), se desata una ofensiva fiscal contra los negocios formales y se permite un (mayor) estallido del crimen organizado, incluyendo actividades que inhiben o destruyen la actividad empresarial como son secuestros y extorsiones.
La desaceleración que se observaba desde 2018 se transformó en estancamiento, con un desplome en la creación de empleo formal. Lo que sigue es el estancamiento salarial. Las perspectivas para 2020 son igual de negras, dado que aparte se espera que empeore la economía internacional.
El Presidente también falla, en economía. Pero ya hay un cambio de discurso, un movimiento en la portería. Por años López Obrador condenó el bajo crecimiento económico, con toda la razón. Hoy lo ningunea, porque dice que en cambio sí hay “desarrollo”. De ello no existe soporte estadístico alguno, y ni siquiera tiene que alegar que tiene “otros datos”.
Golpes a los pobres
Quizá el fallo más grave de la presidencia fallida sea para con aquellos que menos tienen y más esperaron de la llegada de AMLO a la presidencia. Su discurso tenía una frase constante: “por el bien de todos, primero los pobres”.
Por ello es incomprensible el golpe a aquellos que usaban los comedores comunitarios, que tenían a uno o más niños en estancias infantiles, que llegaron a necesitar un albergue como un refugio contra la violencia familiar, o bien aquellos usuarios del IMSS o del Seguro Popular, aparte de las familias que tendrán a sus hijos en una escuela dominada por La CNTE. El pretexto constante en muchos recortes de programas es que hay corrupción. Sin duda la hay, como también es cierto que no se cura la infección de un dedo cortando la mano, y menos aquella que apoya a los que más lo requieren.
Pero AMLO ha mostrado tener una coraza formidable ante una realidad que muestra vidas destrozadas (incluyendo muertes, como aquellas provocadas por el dengue). Al parecer considera que son víctimas necesarias en esa guerra que libra y cuya victoria contempla y presume como un hecho. Tener un sistema de salud impoluto tipo escandinavo, con servicios médicos y medicinas gratuitas para todos, vale la pena con una etapa intermedia en que faltan doctores y medicinas.
El entreguismo ante el exterior
Finalmente, está la falla en la política exterior. El discurso duro, contestatario, sin cuartel de la campaña se transformó veloz en entreguismo. Evadir las provocaciones de Trump no es mala estrategia, evitar el tú por tú con un bravucón con poder es de hecho necesario.
Pero bastó la amenaza de unos aranceles para transformar al gobierno mexicano en celoso guardián, valla de contención para aquellos migrantes que buscan llegar a Estados Unidos. Trump dejó de hablar de que México pagará su dichoso Muro, porque pasó a hacerlo en los hechos.
¿Cambios legislativos requeridos por legisladores estadounidenses para aprobar el T-MEC? Aprobados con rapidez por el Congreso mexicano… a cambio de nada (el Tratado sigue en el limbo, se habla de nuevas demandas a México). Es el problema de los que ceden rápido y se convierten en obsequiosos, lo único que puede esperarse es que se les demande más a cambio de nada.
El Presidente fallido en conjunto
Fallido en seguridad, democracia, economía, ante los que menos tienen y en materia de política exterior. López Obrador es un Presidente fallido en conjunto. Culiacán resultará histórico, pero por la forma en que mostró al emperador que camina desnudo, cuando este se siente y presume como el usuario de los suntuosos ropajes que usa, en su imaginación, el mejor Presidente en la historia de México.
Twitter: @econofafka
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