Esta semana fueron otros cinco mil millones de dólares, alrededor de 100 mil millones de pesos. Dinero manchado de sangre porque ha costado muertos de dengue, niños sin tratamiento para el cáncer, adultos sin medicinas y mujeres violentadas sin albergues. Esa crueldad presupuestal que el Presidente denomina ahorro contra la corrupción tiene como uno de sus destinatarios, otra ironía, a una empresa lastrada por décadas de ineptitud y deshonestidad.
El camino para Pemex era achicarse en tanto se asociaba con multinacionales privadas y además el Estado subastaba la exploración y producción de hidrocarburos a terceros, aquellos con (ellos sí) mucho dinero para invertir. Pagaban por la concesión, y pagarían impuestos por lo que extrajeran. Con respecto a refinación, mejor importar que perder miles de millones con las refinerías ubicadas en territorio nacional (la de Houston sí gana dinero).
Una hoja de ruta que a López Obrador le pareció una ofensa. Porque no se trata de pesos y centavos, sino de la soberanía nacional. ¿Cómo es posible que un gran productor de crudo siquiera se plantee importar gasolinas? Su respuesta fue contundente: cerrar la puerta a privados, argumentado que prometieron mucho, invirtieron poco y produjeron menos, y de nuevo entregar la carga al moribundo Pemex. Y el resultado es que perderá (México) muchos pesos y centavos. Para cerrar con broche de oro la insensatez, se lanzó a construir una nueva refinería, proyecto que ninguna empresa internacional respetada aceptó liderar dado el costo y plazo exigidos.
AMLO pasará a la historia como el destructor de lo que se debió erigir, el aeropuerto en Texcoco, y el patriotero iluminado que se obstinó en engrandecer lo que debió transformarse en una paraestatal mucho más modesta. Por años, todo su sexenio, arrojará miles de millones de dólares a un pozo sin fondo, mientras literalmente lleva a la muerte a mexicanos por ese empecinamiento soberanista. Pero, eso sí (como tantas tumbas faraónicas o de otros megalómanos de la historia), tendrán un gigantesco y costosísimo mausoleo.
Incómodo en un mundo que ha avanzado a pasos agigantados durante su vida, López Obrador insiste en que puede retroceder el reloj jaloneando las manecillas como el jamelgo del trapiche hace girarla.
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