Pemex será el mausoleo de Obrador (y México) (El Financiero)

Es improbable que el Presidente capte la profunda ironía. Obcecado en que Petróleos Mexicanos sea un pilar del desarrollo nacional, empresa emblemática de la soberanía, la condena a un desastre financiero. La mentalidad que descubre en el trapiche que aplasta la caña de azúcar una forma de producción que debe impulsarse, considera al chapopote que se extrae de la tierra como fuente de riqueza. No entiende que lo más negro que tiene Pemex es el agujero que representa para las finanzas públicas.
Esta semana fueron otros cinco mil millones de dólares, alrededor de 100 mil millones de pesos. Dinero manchado de sangre porque ha costado muertos de dengue, niños sin tratamiento para el cáncer, adultos sin medicinas y mujeres violentadas sin albergues. Esa crueldad presupuestal que el Presidente denomina ahorro contra la corrupción tiene como uno de sus destinatarios, otra ironía, a una empresa lastrada por décadas de ineptitud y deshonestidad.
El gobierno federal y Pemex son organismos siameses. AMLO ha enfilado a la empresa en una senda destructiva que acabará dañando a ambas partes. Quiere que incremente notablemente su producción, pero sin entregarle el dinero necesario para que ello pueda ocurrir, porque sencillamente no lo tiene. Recibió la empresa petrolera más endeudada del mundo y colocó al frente a funcionarios novatos que perdieron en semanas, la confianza de los mercados. Porque solo los ignorantes en materia petrolera y financiera pueden creerse las fantasías de su jefe. El problema es que tampoco les creen cuando tratan de venderlas, como ocurrió con el llamado Plan de Negocios 2019-2023.
El camino para Pemex era achicarse en tanto se asociaba con multinacionales privadas y además el Estado subastaba la exploración y producción de hidrocarburos a terceros, aquellos con (ellos sí) mucho dinero para invertir. Pagaban por la concesión, y pagarían impuestos por lo que extrajeran. Con respecto a refinación, mejor importar que perder miles de millones con las refinerías ubicadas en territorio nacional (la de Houston sí gana dinero).
Una hoja de ruta que a López Obrador le pareció una ofensa. Porque no se trata de pesos y centavos, sino de la soberanía nacional. ¿Cómo es posible que un gran productor de crudo siquiera se plantee importar gasolinas? Su respuesta fue contundente: cerrar la puerta a privados, argumentado que prometieron mucho, invirtieron poco y produjeron menos, y de nuevo entregar la carga al moribundo Pemex. Y el resultado es que perderá (México) muchos pesos y centavos. Para cerrar con broche de oro la insensatez, se lanzó a construir una nueva refinería, proyecto que ninguna empresa internacional respetada aceptó liderar dado el costo y plazo exigidos.
AMLO pasará a la historia como el destructor de lo que se debió erigir, el aeropuerto en Texcoco, y el patriotero iluminado que se obstinó en engrandecer lo que debió transformarse en una paraestatal mucho más modesta. Por años, todo su sexenio, arrojará miles de millones de dólares a un pozo sin fondo, mientras literalmente lleva a la muerte a mexicanos por ese empecinamiento soberanista. Pero, eso sí (como tantas tumbas faraónicas o de otros megalómanos de la historia), tendrán un gigantesco y costosísimo mausoleo.
Incómodo en un mundo que ha avanzado a pasos agigantados durante su vida, López Obrador insiste en que puede retroceder el reloj jaloneando las manecillas como el jamelgo del trapiche hace girarla.

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