José
Antonio Meade es el mejor candidato que podía presentar el PRI.
Primero, ironía, por no ser priista. Además, ser figura de primer nivel
en los sexenios de Calderón y Peña Nieto. Con una experiencia ejecutiva
sin par, cabeza de cuatro ministerios en menos de siete años, además
egresado de ITAM y UNAM. No exuda carisma, sino solidez. Peña pudo
designar a otro con su dedazo, pero habría sido un seguro perdedor.
'Pepe Mit' puede ganar.
Una victoria que no es segura. Meade está libre de cuestionamientos personales. Nada despreciable en un sexenio percibido como el más corrupto desde López Portillo. La sucesión de escándalos ha sido una constante del sexenio prácticamente desde su inicio. Parece como si los priistas, tras 12 años exiliados de Palacio Nacional, regresaron, no para servirse con la cuchara grande, sino para robarse la vajilla, no sea que haya que esperar de nuevo el turno para meter las uñas en la caja. El 'Año de Hidalgo' arranca hoy, y no pinta bien para aquellos que esperan honradez y probidad de los funcionarios públicos.
Meade tiene dos electorados cuyos votos necesita para ganar. Uno son los militantes priistas, aquellos que picaron piedra en el instituto político y lo consideran un advenedizo que además trabajó para un gobierno panista. La racionalidad peñista para designarlo, sólida, no resuena entre esos miembros del PRI con credencial. Sin embargo, el rechazo a que ganen otros pueden llevar a un reticente apoyo.
Muchísimo más numerosos son los que, hartos del tricolor, dicen llanamente “por el PRI no voy a votar nunca, no importa su candidato”. Peña Nieto logró lo impresionante: retornar al PRI a Los Pinos, y durante su administración lo que era igualmente difícil: desprestigiarlo de nuevo.
En estos momentos Meade tiene una salida que puede ganar adeptos: ofrecer implícitamente un borrón y cuenta nueva. Sin mostrarse abiertamente ingrato con quien lo designó, distanciarse lo más posible de la percibida podredumbre. Como Miguel de la Madrid haciendo campaña entre el pantano lopezportillista, ofrecer un plumaje sin mancha y la limpieza, sí, pero a partir de su propio sexenio. Con una frase que transmita la futura honestidad, buscar algo equivalente a la “Renovación Moral de la Sociedad” delamadridista.
¿Sería suficiente para una victoria electoral? Imposible de saber. De la Madrid triunfó con un PRI en dominio absoluto del sistema político, no en una democracia imperfecta, pero claramente competitiva. En 1982 no había más astro que el priista, en 2018 existe de entrada un formidable demagogo que se vende como honesto y austero, y al que muchos le creen. Meade sin duda cuenta con la experiencia más formidable para gobernar, pero el rechazo al PRI es igualmente brutal. Hubo un candidato con credenciales incluso superiores en ciertos aspectos (aparte de encabezar tres secretarías fue gobernador) pero que fue derrotado por ese repudio al tricolor. Se llama Francisco Labastida.
Una victoria que no es segura. Meade está libre de cuestionamientos personales. Nada despreciable en un sexenio percibido como el más corrupto desde López Portillo. La sucesión de escándalos ha sido una constante del sexenio prácticamente desde su inicio. Parece como si los priistas, tras 12 años exiliados de Palacio Nacional, regresaron, no para servirse con la cuchara grande, sino para robarse la vajilla, no sea que haya que esperar de nuevo el turno para meter las uñas en la caja. El 'Año de Hidalgo' arranca hoy, y no pinta bien para aquellos que esperan honradez y probidad de los funcionarios públicos.
Meade tiene dos electorados cuyos votos necesita para ganar. Uno son los militantes priistas, aquellos que picaron piedra en el instituto político y lo consideran un advenedizo que además trabajó para un gobierno panista. La racionalidad peñista para designarlo, sólida, no resuena entre esos miembros del PRI con credencial. Sin embargo, el rechazo a que ganen otros pueden llevar a un reticente apoyo.
Muchísimo más numerosos son los que, hartos del tricolor, dicen llanamente “por el PRI no voy a votar nunca, no importa su candidato”. Peña Nieto logró lo impresionante: retornar al PRI a Los Pinos, y durante su administración lo que era igualmente difícil: desprestigiarlo de nuevo.
En estos momentos Meade tiene una salida que puede ganar adeptos: ofrecer implícitamente un borrón y cuenta nueva. Sin mostrarse abiertamente ingrato con quien lo designó, distanciarse lo más posible de la percibida podredumbre. Como Miguel de la Madrid haciendo campaña entre el pantano lopezportillista, ofrecer un plumaje sin mancha y la limpieza, sí, pero a partir de su propio sexenio. Con una frase que transmita la futura honestidad, buscar algo equivalente a la “Renovación Moral de la Sociedad” delamadridista.
¿Sería suficiente para una victoria electoral? Imposible de saber. De la Madrid triunfó con un PRI en dominio absoluto del sistema político, no en una democracia imperfecta, pero claramente competitiva. En 1982 no había más astro que el priista, en 2018 existe de entrada un formidable demagogo que se vende como honesto y austero, y al que muchos le creen. Meade sin duda cuenta con la experiencia más formidable para gobernar, pero el rechazo al PRI es igualmente brutal. Hubo un candidato con credenciales incluso superiores en ciertos aspectos (aparte de encabezar tres secretarías fue gobernador) pero que fue derrotado por ese repudio al tricolor. Se llama Francisco Labastida.
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