El Presidente descubre que no podrá meter el gol que tanto prometió y, como un mal perdedor, mueve la portería. Ahora reconoce su impotencia para cumplir con lo que se cansó de ofrecer en campaña: un elevado crecimiento económico. No es nada nuevo: también dijo que el crimen desaparecería en cuanto se calzara la banda presidencial y que la corrupción dejaría de existir gracias al ejemplo que daría. De Palacio Nacional irradiarían abrazos y una honradez purificadora.
Es la misma persona que escribió en su Plan Nacional de Desarrollo, suyo porque lo redactó, tirando al basurero el hecho por Hacienda, que la economía mexicana crecería 4% anual en promedio durante el sexenio y nada menos que 6% en 2024. Esas cifras fueron presentadas a principios de mayo como la llave para lograr un mayor bienestar. Ahora el crecimiento es algo para tecnócratas fifís, neoliberales obsesionados con metas cuantitativas.
Porque el Presidente ha encontrado una nueva forma de evidenciar su ignorancia: no se trata de crecimiento, ahora pontifica en las mañaneras, sino de desarrollo. Dice que la riqueza está siendo redistribuida (de ricos a pobres, es de suponerse). De nada sirve ese crecimiento que ahora se le antoja neoliberal, cuando de lo que realmente se trata es de repartir con mayor justicia aquello que se produce.
Como tantas veces, Andrés Manuel López Obrador se engaña para tratar de engañar y miente por ignorancia o conveniencia. Simplemente, no hay desarrollo con un bajo crecimiento económico. Es una condición necesaria, aunque no suficiente, que no puede obviarse. Proclamar que no es algo importante es continuar condenando al país al estancamiento.
Por más que trate, no puede repartir el pastel existente de tal forma que mejoren dramáticamente las condiciones de los desposeídos. Si algo muestra su gobierno es ineptitud, quitando a muchos, incluyendo pobres, medicinas, servicios de salud, estancias infantiles, albergues y becas, para dar a otros (ninis, estudiantes, viejos, algunos de ellos pobres) dinero en sobres con los colores de Morena. Un batidillo aderezado con una fuerte dosis de corrupción, como lo muestran esos registros de ninis que no existen, pero sí cobran.
AMLO no se cansó de criticar que la economía mexicana creció 2% en promedio por décadas. Cuando, bajo su conducción, el país creció en el segundo trimestre cien veces menos (0.02%), la respuesta fue el desprecio por los números y la exaltación de algo imposible de comprobar. Para tener datos duros sobre la distribución del ingreso hace falta una encuesta que el INEGI levanta cada dos años (la siguiente en 2020) y cuyos resultados interpreta el Coneval (en 2021, suponiendo que dicho Consejo todavía exista). Mientras tanto, los sermones de la mañanera sobre ese maravilloso desarrollo que vive el país tienen toda la solidez de una cortina de humo.
No hay crecimiento hoy, tampoco perspectivas de que habrá uno significativo en el futuro cercano o lejano. Un gobierno que limita la inversión privada (como ocurre en el sector energético), la amedrenta con acciones (el circo de las gaseras) y además la asusta porque la inseguridad explota sin control, no puede esperar más empleos y bienestar. Y si inicia acciones “redistributivas” vigorosas (mayores impuestos o expropiaciones) será mucho peor.
Sin llegar al año en Palacio Nacional, AMLO se ha declarado un perdedor del crecimiento. Será también una brutal derrota para México, primero para los pobres.
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