Pemex es una rueda de molino que se ha colgado al cuello Andrés Manuel López Obrador, en lo personal y a su gobierno. Recibió una herencia complicada con Pemex, un barril de pólvora con mecha encendida: la petrolera más endeudada del mundo con producción en declive y un lastre brutal en pensiones, aparte de corruptelas (en todos los niveles) y una fuerza laboral excesiva en número e ineficiente en desempeño comparada con otros gigantes privados.
AMLO ha optado por arrojar gasolina a esa pólvora. Obnubilado en su nacionalismo, se obstina en pensar en el Pemex de sus años mozos, sobre todo en la era dorada de Cantarell. En 1980, con 27 años, Cantarell inundaba de petróleo al planeta y el sureste mexicano experimentaba un boom económico impresionante. Desde el Instituto Indigenista de Tabasco, que encabezaba, el macuspano contempló lo que parecía un milagro. El presidente López Portillo apostó todo al petróleo, y perdió, arrastrando al país a una profunda crisis.
López Obrador está haciendo lo mismo, dados los recursos que quiere dedicar a una industria problemática y en declive. JLP tuvo, por cinco años, un mundo sediento de crudo, cuando tenerlo y explotarlo parecía garantía para la prosperidad. El actual ocupante de la silla presidencial está obsesionado con la autosuficiencia, horrorizado de que México importa crudo ligero de Estados Unidos (lo que al parecer ya prohibió) y que además compra en el exterior la mayor parte de sus gasolinas. No piensa en vender petróleo afuera, sino que se refine todo adentro, para que así no se importe una gota de combustible.
Pero no tiene el margen para endeudarse del López anterior. Al contrario, enfrenta la lupa de mercados y calificadoras. No entiende de finanzas, sino de barriles. Tiene una meta de producción, no de ganancias. Sueña con construir una refinería de la nada en tres años (en su natal Tabasco, claro), cuando nadie lo ha logrado. Y no entiende que todo eso cuesta cantidades astronómicas.
Ya Fitch Ratings y Moody’s tienen la deuda de Pemex en el último escalón del grado de inversión (Standard & Poor’s la coloca dos escalones arriba, por el momento). Que Moody’s no la haya reducido fue un respiro, pero momentáneo. En unos meses, de seguir con los enloquecidos planes de hidrocarburos y refinación presentados en diciembre, se reducirá a grado especulativo (también conocido como 'basura'). Hará imperativo el rescate de Pemex por parte del gobierno federal, con unas finanzas públicas que no tienen recursos para ello. El contagio a la deuda pública será casi inmediato.
Será una crisis como la del aeropuerto y sus bonos, como la del desabasto de gasolina en varios estados: autoinfligida por la ignorancia económico-financiera mezclada con la arrogancia que imbuye la ideología del estatismo. No será transformación sino regresión. El petróleo hundió a López Portillo y a México. Esa película ya la vimos y sufrimos. Todo indica que, en mayor o menor grado, se repetirá.
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